DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

CONTEMPLANDO LOS GRANDES RAYOS: UN EJERCICIO por Greg Mackie

He aquí una sucinta práctica que podemos utilizar como ayuda para contemplar los Grandes Rayos. En líneas generales está basada en la práctica indicada en el Libro de Ejercicios para la Lección 121 y con guía a través del proceso básico que ya hemos referido. Esta práctica utiliza imágenes de luz física, que el Curso generalmente suele emplear como ayuda simbólica para invitar a la experiencia de la luz no-física de Cristo.



* Trae a tu mente a algún hermano, no importa quien. Puede ser alguien que te agrade, o alguien que te fastidie. Imagina a este hermano en tu mente, imagina su apariencia.
Piensa en todas las maneras en las que este hermano ha marcado tu vida, para bien o para mal.
* Piensa en todas las cosas que ha hecho que te han molestado, y todas las cosas que ha hecho que te han complacido.
* Observa ahora cómo todas las imágenes están focalizadas en su cuerpo, en lo que dice y en lo que hace.
* No están contemplando a tu hermano por aquello que en verdad es.
* Sólo estás viendo su cuerpo, y por lo tanto están viendo oscuridad.
* Dile a tu hermano "Cuando te miro, sólo veo oscuridad".
* Ahora, considera qué te ha causado esta percepción de tu hermano.
* Observa detenidamente tanto la angustia como el placer que su cuerpo te ha proporcionado.
* ¿Acaso te han proporcionado felicidad duradera?
* Contemplar a tu hermano como un cuerpo te mantiene separado de él.
* Esta percepción lo condena a una prisión diminuta, sentenciado a sufrir limitaciones, pérdidas, dolor, enfermedad, senectud y muerte.
* Y puesto que te ves a ti tal como lo ves a tu hermano,
* Esta percepción te condena al mismo destino.
* Fíjate si puedes ponerte en contacto con el dolor de esta oscura percepción.
* Dile a tu hermano, "Tengo la voluntad de mirar más allá de la oscuridad que veo en ti".
* Y ahora, con la ayuda del Espíritu Santo, abre tu mente a una nueva percepción de tu hermano. "Trata de percibir algún atisbo de luz en alguna parte de él, algún pequeño destello que nunca antes habías notado. Trata de encontrar alguna chispa de luminosidad brillando a través de la desagradable imagen que de él has formado". (L-pI.121.11:2-3)
* Dile a tu hermano "Veo la chispa de luminosidad en ti".
* Ahora, "trata de que esa luz se expanda hasta envolver a dicha persona y transforme esa imagen en algo bueno y hermoso" (L-pI.121.11:4).
* Permite que esa chispa que ves en tu hermano se expanda hasta transformarse en los Grandes Rayos, fluyendo desde tu hermano en radiante gloria.
* Esto es lo que la oscuridad de su cuerpo ocultaba de tus ojos.
* Esto es lo que tu hermano es en realidad,
* El Cristo, el santo Hijo de Dios.
* Permite que esta visión se extienda desde tu mente hacia la mente de tu hermano.
* Permite que esta visión le brinde sanación a tu hermano.
* Dile a tu hermano "Veo los Grandes Rayos refulgiendo desde ti, tan ilimitados que llegan hasta Dios" (basado en T-15.IX.1:1)
* Ahora, "permite que tu hermano te ofrezca la luz que ves en él" (L-pI.121.13:1).
* Permite que los Grades Rayos en tu hermano resplandezcan sobre tu mente,
* Colmándote con la radiante luz y santidad de Cristo.
* Aquello que has dado es lo que has recibido.
* Permite que la sanación que le has brindado a tu hermano resplandezca desde su mente sobre la tuya.
* Los Grandes Rayos fluyen por igual desde ti y desde tu hermano.
* Disfruta de esta gloriosa visión.
* Permite que los Grandes Rayos en ambos se fundan,
* Y se conviertan en una sola luz.
* Dile a tu hermano en gratitud, "Estás en la luz conmigo" (L-pI.87.2:3)
* Esto allana el camino de regreso al pleno conocimiento de la luz de Dios.


Con el tiempo y la práctica, miraremos más allá de los cuerpos de nuestros hermanos y veremos más y más los Grandes Rayos. El Curso nos promete que finalmente veremos todo el mundo bañado en el reflejo de la luz de Dios. Más allá de aquellos trozos de carne que alguna vez nos ocasionaron dolor, los ojos de Cristo en nosotros contemplarán la gozosa "visión del Hijo de Dios" (T-21.I.9:1): "un arco de luz dorada … extendiéndose hasta el infinito y brillando eternamente sin interrupciones ni límites de ninguna clase" (T-21.I.8:1,4).

Llegará el momento cuando caminemos en este mundo con una visión de gloria indescriptible.

Sin embargo, esta visión no es el final sino que es un heraldo de cosas aún más grandes: " Cuando la hayas aceptado como la única percepción que deseas, se convertirá en conocimiento debido al papel que Dios Mismo desempeña en la Expiación" (T-15.IX.1:5). La visión revela la realidad. El reflejo de la luz de Dios se convierte en la luz misma. La verdadera percepción que permitió que los Grandes Rayos en nuestra conciencia refulgieran sobre la tierra, se traduce finalmente en el infinito conocimiento de la luz de Dios en el Cielo.

QUE SON LOS GRANDES RAYOS? Por Greg Mackie


La expresión "Grandes Rayos" ocurre solo siete veces en el Curso, y sin embargo fascina considerablemente a los estudiantes del Curso. En resumen, ¿qué son los Grandes Rayos? Para algunos, la expresión evoca a las auras alrededor de la cabeza. Para otros, es una evocación a los "siete grandes rayos" descritos en los trabajos de Alice Bailey, rayos de energía cuasi física que emanan de Dios y que subyacen en el universo físico. Muchos estudiantes del Curso creen que nosotros, la Filiación, somos los Grandes Rayos, refulgiendo cual rayos del sol desde Dios nuestro Creador.




Sin embargo, y según las mismísimas referencias del Curso, creo que el Curso emplea la expresión "Grandes Rayos" para referirse a algo diferente de las descripciones anteriores. En la práctica, los Grandes Rayos son los rayos no- físicos de luz y santidad que se irradian desde el Cristo en nosotros. Esta definición es distinta de las descripciones mencionadas en al menos dos formas. En primer lugar, los Grandes Rayos del Curso son luz no-física, y esto se debe a que son revelados a través de la verdadera percepción, la cual es visión no-física. Por lo tanto, el Curso no se refiere a auras o a cualquier clase de energía cuasi física, como ser la energía astral y etérea según las tradiciones del ocultismo (aunque las visiones de luz física alrededor de las personas y de las cosas puede simbolizar luz verdadera – ver L-pI.15.2-3)
En segundo lugar, en vez de describir a los rayos emanando desde Dios, el Curso los describe siempre como emanando desde el Hijo – específicamente desde nuestros hermanos y nosotros mismos. Ahora bien, el Hijo viene del Padre, entonces bien podríamos decir que la Fuente última de los Grandes Rayos en Dios. Simplemente, el tema es que cuando el Curso emplea la expresión "Grandes Rayos", no está representando a los Rayos que emanan desde Dios el Padre sino mas bien emanando desde nuestros hermanos y nosotros mismos.
He aquí una referencia que claramente indica a los Grandes Rayos emanando desde nuestros hermanos:
Tal como el ego quiere que la percepción que tienes de tus hermanos se limite a sus cuerpos, de igual modo el Espíritu Santo quiere liberar tu visión para que puedas ver los Grandes Rayos que refulgen desde ellos, los cuales son tan ilimitados que llegan hasta Dios. (T-15.IX.1:1)
También podemos ver este hermoso pasaje, que describe a los Grandes Rayos emanando tanto de nosotros como de nuestros hermanos, refulgiendo con tal intensidad que obramos cual lámparas que iluminan nuestra jornada hacia Dios:
Has encontrado a tu hermano, y cada uno de vosotros alumbrará el camino del otro. Y partiendo de esa luz, los Grandes Rayos se extenderán hacia atrás hasta la obscuridad y hacia adelante hasta Dios. (T-18.III.8:5-6) 
Los Grandes Rayos son entonces, el resplandor de Cristo que fluye desde cada uno de nosotros como un Hijo de Dios. Al igual que el halo dorado que rodea a Jesús en las pinturas medievales, los Rayos son el halo de santidad que fluye desde nosotros. Podemos imaginarlos como grandes reflejos de luz fluyendo en toda dirección desde cada uno de los hermanos que vemos, como así también de nosotros mismos. Visualizar esto es en verdad un excelente ejercicio. En el final de este artículo incluyo una visualización de este tipo). Los grandes rayos son la luz de nuestro verdadero Ser, revelado a través de la visión de Cristo. Son los omnipresentes recordatorios que dicen que nuestra verdadera Identidad en más santa y gloriosa de lo que nos imaginamos.
Sanamos tanto a nuestros hermanos como a nosotros mismos mirando más allá de la oscuridad de los cuerpos de nuestros hermanos, en dirección a los Grandes Rayos en ellos.
Si bien son pocas las referencias a los Grandes Rayos en el Curso, puede deducirse todo un proceso de sanación a partir de esas referencias. Este proceso de sanación es, esencialmente, un cambio gradual de percepción desde la vista física, que únicamente ve oscuridad en todos, hacia la visión espiritual, que revela los Grandes Rayos emanando de todos. Este proceso puede dividirse en cinco pasos básicos, que resumo a continuación.
1. Vemos oscuridad
Normalmente vemos solamente oscuridad. Esta es la forma en la que el Curso señala que normalmente contemplamos el mundo físico con nuestros ojos físicos y lo consideramos como la única realidad. Más específicamente, cuando miramos a un hermano, nuestra mirada se limita a su cuerpo, "una aislada mota de oscuridad" (T-20.VI.5:2). Siempre que vemos a alguien, vemos un cuerpo. Incluso cuando observamos una característica personal o mental de una persona, vemos características asociadas a un cuerpo en particular.
Basándonos en esas características, colocamos los cuerpos que vemos en categorías. Consideramos entonces algunos cuerpos como "enemigos" cuyo rol es el de hacernos sentir miserables y consideramos algunos otros como "amigos" de quienes esperamos que nos hagan felices. Esta oscura percepción de nuestros hermanos significa no verlos en realidad; "ver oscuridad" es en realidad un oximoron, ya que la oscuridad es la condición tal que hace imposible la visión. Ver a nuestros hermanos como cuerpos nos ciega a los Grandes Rayos en ellos, grandes rayos que representan quiénes son nuestros hermanos realmente
2. Vemos honestamente la oscuridad y nos damos cuenta que no la queremos
El primer paso para salir de esta oscuridad, es simplemente mirarla sin dolor. Con la ayuda del Espíritu Santo, comenzamos "el ineludible proceso de hacer frente a cualquier interferencia y de verlas a todas exactamente como lo que son" (T-15.IX.2:1). La "interferencia" representa tanto a la percepción de nuestros hermanos y sus cuerpos como a nuestra creencia que esta percepción nos dará algo que queremos.
Debemos comenzar a darnos cuenta que todo lo que nos causado la percepción no es mas que dolor. Si los cuerpos de nuestros hermanos nos han ofendido o nos han complacido, en verdad no importa. Al verlos como cuerpos, han dejado de ser seres espirituales gloriosos e ilimitados y los hemos reducido a pequeños pedazos de carne en la tabla de picar del carnicero del mundo. Y puesto que inevitablemente nos vemos a nosotros mismos de la misma forma en la que vemos a nuestros hermanos, nos hemos condenado a la misma tabla de picar. Al observar esto y comprender cuán doloroso es, tenemos una voluntad mucho mayor para abrirnos camino a través de la interferencia que nos ha cegado la visión de los Grandes Rayos.
3. Vemos una pequeña chispa de luz en nuestros hermanos
La percepción actual tanto de nuestros hermanos como de nosotros mismos es ciertamente oscura. Sin embargo, todos llevamos en nuestro interior una pequeña chispa de luz, la chispa que originalmente encendió los Grandes Rayos cuando fuimos creados. Hemos ocultado esa luz tan profundamente que "en muchos lo único que queda es la chispa" (T-10.IV.8:1). Pero cuando tenemos la voluntad de mirar más allá de la interferencia, entramos en un instante santo y así contemplamos más allá de los cuerpos de nuestros hermanos en dirección a la pequeña chispa en ellos. Nuestros ojos físicos siguen viendo cuerpos. Pero para la visión espiritual "la pequeña chispa que contiene los Grandes Rayos también es visible" (T-16.VI.6:3). Comenzamos así a vislumbrar el imperceptible resplandor de la realidad de nuestros hermanos.
4. Contemplar la pequeña chispa en nuestros hermanos, revela los Grandes Rayos en toda su gloria. Esto sana a nuestros hermanos.
Vislumbrar la realidad de nuestros hermanos bien puede ser imperceptible al principio, pero no siempre habrá de ser así. "No puede ser confinada a la pequeñez por mucho más tiempo" (T-16.VI.6:3). Contemplar la chispa conduce inevitablemente a contemplar la lámpara encendida por esa chispa: los Grandes Rayos. ¿Qué podría ofrecernos la visión del cuerpo que pudiera compararse con esto? ¿Quién querría ver trozos de carne a su alrededor cuando, en su lugar, podría observar la infinita gloria de los Grandes Rayos?
Esta visión, visión de aquello que nuestros hermanos son en realidad, es la verdadera percepción, el agente de curación y así es que inevitablemente sana a nuestros hermanos. De hecho, "al percibir la chispa sanas" (T-10.IV.8:4). Al contemplar los Grandes Rayos de luz y santidad emanando desde el Cristo en nuestros hermanos, cancelamos nuestra confirmación de la percepción que ellos tienen de sí mismos como cuerpos. Al contemplar a nuestros hermanos como el Cristo a través de esta visión, les enseñamos quiénes son en realidad. ¿Cómo no podrían entonces sanar?
5. Esto nos sana a nosotros: nos hacemos concientes de los Grandes Rayos en nosotros.
Puesto que nos vemos tal como vemos a nuestros hermanos, contemplar los Grandes Rayos en nuestros hermanos conduce inevitablemente a contemplar los Grandes Rayos en nosotros mismos. La radiante luz que contemplamos en nuestros hermanos refulge desde ellos hacia nuestra mente. El hecho de ver que nuestros hermanos son santos seres de luz nos convence del hecho de que nosotros también debemos ser santos seres de luz. Al ver más allá del cuerpo de nuestros hermanos, observando quiénes son el realidad, descubrimos quiénes somos nosotros: "Yo Soy Tu Hijo, eternamente como Tú me creaste, pues los Grandes Rayos permanecen en mí por siempre serenos e imperturbables" (L-pII.360.1:2).


Las siete referencias a la expresión "Grandes Rayos" son: T-10.IV.8:1T-15.IX.1:1T-15.IX.3:1T-16.VI.4:5T-16.VI.6:3T-18.III.8:7, y L-pII.360.1:2.

RELACIONES ESPECIALES DE ODIO


El Curso designa como relación especial de odio a la instancia en la que elegimos a determinadas personas y proyectamos en ellas nuestra culpa no sanada ni perdonada. Toda vez que perdemos la paz y alguien nos altera, significa que nos encontramos con un espejo de lo que no está perdonado en nosotros mismos. Nuestro ego nos dice que nuestro enojo es justificado y que debemos reaccionar atacando. El Espíritu Santo nos aconseja mirar a la oscuridad oculta en el interior de nuestra mente, y llevarla ante Su luz, para que Él con su brillo la ilumine y la haga desaparecer. El Espíritu Santo constantemente nos pide que deshagamos nuestra negación, traigamos de vuelta las proyecciones a la mente y le pidamos ayuda para liberarlas.





Si la gente avara nos molesta, es que hay avaricia en nuestra mente. Si la gente colérica nos enoja, la cólera está en nuestra propia mente. Con frecuencia la forma es diferente, pero el contenido nunca lo es. Tal vez nunca hayamos manifestado enojo, pero criticamos cuando otros se enojan. Sin embargo, si observas más atentamente tu mente, encontrarás la ira, aunque puede estar fuertemente negada y controlada. Tú, que nunca fumaste, puedes decir que la gente que fuma te molesta. Pero, ¿Qué representa fumar para ti ? Tal vez sientas que los fumadores son insensibles, egoístas e indiferentes. Si honestamente miras en tu interior, encontrarás esas características en ti, aunque expresadas de manera distinta. Por eso el Curso dice: 


La ira no es más que un intento de hacer que nuestro ser se sienta culpable, y este intento constituye la única base que el ego acepta para las relaciones especiales...

La ira nunca está justificada. El ataque no tiene fundamento.

(T-15.VII.10:3; T-30.VI.1:1-2)


Es importante notar que el Curso no condena la ira, ni dice que no debemos ceder a ella. Establece simplemente que no se justifica. Al recurrir a la ira esperamos que nuestro enemigo se sienta culpable y admita ser la causa de nuestro malestar. El problema lo tiene ahora él y no nosotros.


Todos nos valemos mucho de la ira porque tenemos la creencia mágica de que con ella obtendremos lo que queremos. Sin embargo, todo lo que conseguimos es más culpa, porque de algún modo sabemos que nuestro ataque es injustificado. Sólo atacamos en otro lo que está en nosotros mismos. Para librarnos de este aumento de culpa, el ego nos aconseja enojarnos otra vez. Así se mantiene el círculo vicioso del ego del culpa y ataque, y se mantiene viva nuestra fidelidad al ego. Esto no quiere decir que debemos reprimir nuestro enojo sólo porque ello hace real nuestra culpa. El Espíritu Santo nos pide que lo aceptemos y se lo ofrezcamos a Él, porque así Él puede liberarnos de su ilusión. Esto es difícil para la mayoría de nosotros, porque creemos que el objeto de nuestro enojo merece nuestro justificado castigo y la ira nos da la energía para llevarlo a cabo. Parece que si nos liberamos de él, el "enemigo" escapará sin su merecido.


Con frecuencia la gente cita a los Evangelios en defensa de su ira, porque, ¿Acaso Jesús no se enojó en el templo y tiró las mesas de los prestamistas ? No obstante, los Evangelios no dicen que Jesús se encolerizó. Tal vez ese día  Él eligió enseñarles con unos vigorosos golpes. Pero lo más importante es que dio sus enseñanzas directamente contra la ira en su famoso Sermón de la Montaña.

Nuestra defensa de la ira en comprensible una vez que nos damos cuenta de que el origen de nuestros problemas está en el mundo y que somos víctimas inocentes de las circunstancias. Una vez que dejemos de recurrir a la ira, también dejaremos de considerarnos víctimas, y buscaremos la guía del Espíritu Santo y no la del ego. El ego ve esto como un completo ataque a sí mismo y hará todo lo posible por hacernos encolerizar otra vez. Cuando, paso a paso, volvamos a Dios, debemos esperar esos ataques y rezar pidiendo ayuda. La ira es un arma importante del ego, porque esconde la fuente verdadera del problema de nuestra mente y hace que en cambio nos concentremos en el mundo.

EL MILAGRO DE LA AUTOCURACIÓN por Michael Dawson

EL INSTANTE SANTO


Desde este instante santo donde tu santidad nace de nuevo, seguirás adelante en el tiempo libre de todo temor y sin experimentar ninguna sensación de cambio con el paso del tiempo…

UCDM (T-15.I.7:9)


¿Puedes imaginarte vivir sin tener inquietudes, preocu­paciones ni ansiedades de ningún tipo, sino simplemente gozar de perfecta calma y sosiego en todo momento?  Ese bienestar desconocido en nuestra existencia solo puede hallarse en el momento presente, es decir, en este momento, este instante en el que todo sucede: EL INSTANTE SANTO





El instante santo es este mismo instante y cada instante. (T-15.I.4:3)


UCDM llama “instante santo”, a ese breve momento en el que alcanzamos la consciencia de nuestra verdadera naturaleza y experimentamos ese anhelado estado de bienestar.

El milagro del instante santo reside en que estés dispuesto a dejarlo ser lo que es. Y en esa muestra de buena voluntad reside también tu aceptación de ti mismo tal como Dios dispuso que fueses. (T-18.IV.2:8-9)


El instante santo es el AHORA, el momento presente en donde elegimos el perdón en lugar de la culpa, el milagro en lugar del juicio y del ataque y a la mente correcta en lugar de la mente errada. Al focalizarte en él, vives la vida de instante en instante, consciente de que lo que estás viviendo es todo lo que puedes vivir, en lugar de seguir aferrados al pasado y temerosos del futuro.

Ese momento en que renunciamos al pasado y entramos en el presente, nos permite trascender aunque sea por un momento la identificación con las ilusiones y reconocer la verdad. Este cambio de paradigma nos permite aquietar a la mente de modo que empieza a manifestarse una conexión interior y una comunicación con una presencia interior llena de inteligencia y sabiduría, el Espíritu Santo, que nos facilitará el camino de aquí en adelante.

Bajo la presencia del Espíritu Santo, desaparecen las barreras del tiempo y del espacio, reconocemos nuestra santidad, y en ella la unicidad con todos nuestros hermanos y con Dios. Al entregarnos a la guía del Espíritu Santo, ponemos el futuro en manos de Dios y lo invitamos a que se haga “presente” y nos regale su divina presencia. para experimentar el sentimiento repentino de la paz, dicha, amor y comunión con todo lo que parecía ser externo a nosotros.

Al ceder nuestros actos y pensamientos al servicio de la Voz que habla por Dios, se nos devuelve una fe y una confianza totales, de modo que al confiar en su Santa Voluntad convencidos de que el sabe cual es mejor camino para nosotros, vivimos con el corazón totalmente abierto, pensando que el mañana se cuidará de sí mismo y adoptando una dirección segura, alejando todo temor en un instante único e irrepetible unida al amor y a la certeza de la eternidad.

Pues en el instante santo, el cual está libre del pasado, ves que el amor se encuentra  en  ti  y  que no tienes necesidad de buscarlo en algo externo
(T-15, V.9:7)


Dios existe en la eternidad y por tanto no puede estar limitado por el tiempo; el único momento donde la eternidad se encuentra con el tiempo es el presente, pues el presente es el único tiempo que hay, el único momento en que suceden los milagros. "Ponemos tanto el pasado como el futuro en manos de Dios"

El pasado no es más que una idea de nuestra mente, y es allí donde mediante los milagros, se invierten las leyes físicas, pues el tiempo y el espacio están bajo su control.
 
Un milagro es un cambio de percepción, una renuncia a aquello que deberías haber hecho en el pasado y a aquello que deberás hacer en el futuro. Un soplo de libertad mediante el perdón de todo lo pasado, de modo que el único significado que le otorgamos sea el amor que dimos y el que recibimos. Todo lo demás es irreal.


Respecto al futuro, nadie puede saber que sucederá mañana, pasado mañana o dentro de diez años. Sólo la mente errada puede hacer conjeturas, pues al estar alejada del presente, basa toda su percepción de la realidad en lo que ha sucedido en el pasado, traslada esas percepciones al futuro, obviando al presente y crea, por lo tanto, un futuro similar al pasado.

Elige este preciso instante, ahora mismo y piensa en él como si fuese todo el tiempo que existe. En él nada del pasado te puede afectar, y es en él donde te encuentras completamente absuelto, completamente libre y sin condenación alguna.
(T-15.I.9:5-6)



Encontrar el instante santo está siempre a nuestro alcance pero sin embargo, normalmente no lo podemos descubrir. 
 
En realidad su presencia siempre ha estado en nosotros, pero se mantiene oculta por los dictados del ego, y no requiere nada especial para alcanzar ese estado, sino más bien algo que tenemos que dejar de hacer: "no abrigar pensamientos privados que desees conservar", pues el instante santo es un momento en el que se recibe y se da perfecta comunicación, en el que la mente no trata de cambiar nada sino aceptarlo todo.
 

En el instante santo no ocurre nada que no haya estado ahí siempre. Lo único  que  sucede  es  que  se  descorre  el  velo que cubría la realidad. (T-15, VI.6:1)

El amor incondicional hacia nosotros y hacia los demás y la completa aceptación de nuestra condición actual, son requisitos previos para alcanzar cierto grado de quietud o de serenidad de la mente. Y en ese estado, conscientes de nuestra verdadera condición o naturaleza y libres del pasado, ves que el amor se encuentra en ti y te unes directamente a Dios, y todos tus hermanos se unen en Cristo en el instante santo