DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

LOS DOCE PASOS DEL PERDON: DUODÉCIMO PASO Abre tu corazón P. Ferrini



DUODÉCIMO PASO


Abre tu corazón


La manera más fácil de abrir tu corazón es pedir ayuda u ofrecerla. Si estás teniendo dificultades, pide ayuda. Pídesela a un amigo. Pídesela a un extraño. Pídesela a Dios. Pide.

La puerta del corazón no puede abrirse si no le das permiso para que se abra. Pedir es dar permiso. Es una invitación al Espíritu Santo para que te ayude a ver las cosas de otra manera. Es una invitación a tus hermanos y hermanas para que viertan su amor y su aceptación en ti. «Llama y se te abrirá». La petición sentida en el corazón siempre recibe respuesta. Es posible que la respuesta no se presente de la manera que esperas, pero está allí si estás dispuesto a verla. El hecho mismo de mirar te abre a encontrarla.

¿Estás buscando amor? Entonces lo encontrarás. Si no aparece inmediatamente, sigue mirando. Si el amor no satisface tus expectativas, deshazte de ellas. El amor está allí, en alguna parte. Cambia todas las ideas o percepciones que bloquean tu conciencia de la presencia del amor, y sin duda lo encontrarás.

Recuerda, si no buscas el amor no lo encontrarás. No seas tímido.

Si quieres abrir tu corazón, ofrece ayuda a alguien. Acércate a un amigo o a un extraño; no importa. Deja que tu intuición te guíe. Allí fuera, en alguna parte, alguien está pidiendo amor. No, no de manera evidente, sino silenciosa. Y tú sabrás quien es.

Ofrece amor sin poner condiciones. Ofrece ayuda sin esperar nada a cambio. Eso te abrirá el corazón. Y también abrirá el corazón de otros.

Cada uno de nosotros tiene la clave de la salvación. Y nos la podemos ofrecer mutuamente con un gesto de apoyo, con una amable palabra de ánimo. Podemos ofrecérnosla mutuamente viendo cada ataque como una petición de amor.

El corazón se abre cuando nos aceptamos a nosotros mismos con todas nuestras contradicciones, con todas nuestras cargas, con todas nuestras luchas. El corazón se abre cuando aceptamos a la otra persona con todas sus pruebas y tribulaciones. El corazón se abre cuando abrimos el corazón de manera simple, como se lo abriríamos a un niño herido. Y se abre cuando el niño interno herido se abre a recibir el amor que se le ofrece.

No hay nada misterioso con respecto a lo que abre el corazón. La aceptación lo abre.

No hay nada misterioso con respecto a lo que cierra el corazón. El juicio lo cierra.

El corazón es un músculo espiritual. Se abre y se cierra. Cuanto más trabaja, más se fortalece.

No te juzgues a ti mismo si sientes que tu corazón se tensa. Sólo se tensa para volver a abrirse. Lo único que tienes que hacer es permitírselo.

Deja que el dolor vaya y venga. Deja que todo pase a través de ti. Respira profundo. Deja que el aire entre y salga. Sé un canal para la vida. No te resistas en la inspiración ni retengas la espiración. Simplemente deja que la respiración vaya y venga.

Deja que la vida vaya y venga, con sus altibajos. No te apegues a unos ni a otros. No tengas miedo de ellos.

Por más que lo intentes no vas a cambiar el flujo de la vida, sus vaivenes. La vida sigue tanto si te aferras como si sueltas.

Cuando te aferras, tus músculos se tensan. Cuando sueltas, tus músculos se relajan. ¿Estás tenso ahora mismo? Está bien. Simplemente sé consciente de ello.
En la propia toma de conciencia se produce la liberación.

Para abrir el corazón, tienes que estar dispuesto a seguir el flujo y el reflujo, la contracción y la liberación. No esperes poder subir a los picos sin descender a los valles.

Para abrir el corazón, tienes que estar dispuesto a estar presente ante cualquier cosa que ocurra aquí y ahora. No tienes que hacer nada. Simplemente tienes que ser. Eso es suficiente.

Sé contigo mismo. Sé con los demás. Sé con Dios. Eso es suficiente.

Las acrobacias son hermosas de observar, pero no son necesarias. No tienes que pasar por el aro para conseguir amor. Sólo tienes que estar dispuesto a recibirlo. Sólo tienes que estar dispuesto a darlo.

Tú no decides de dónde viene el amor ni adonde va. Simplemente viene y tú le dejas entrar. El entra, y tú le dejas ir. La conciencia es un canal para el amor, pero no es su origen.

Cuanto más te conviertes en un conducto para el amor, más te das cuenta de esto. El amor es el único poder. Todo lo que no es amor es un contenedor para él.

El amor es real. El cuerpo/mente sólo es un canal. Su realidad se halla en la realización de su finalidad.

Por sí mismo, el cuerpo/mente sólo es un amasijo de preocupaciones y miedos, de expectativas y juicios. Es un fenómeno destructivo y temporal. Nace. Sufre. Y muere. No tiene un propósito propio.

Su único propósito es ser un contenedor para el amor. Es el cuerpo del amor, la mente del amor, el discurso del amor, la acción del amor. Es el amor sentado en silencio y el amor danzando.

Al abrirnos a la aceptación de nosotros mismos y de los demás, empezamos a ver esto. A medida que pedimos ayuda y la ofrecemos, empezamos a entender que nuestros cuerpos y mentes contienen una energía increíblemente poderosa. Esta energía no puede ser manipulada ni controlada. Pero puede ser experimentada.

Llega un momento de nuestro desarrollo espiritual en el que entendemos los conceptos lo suficientemente bien. No tenemos que leer más libros ni asistir a más talleres. Simplemente tenemos que aplicar lo que ya sabemos en nuestra vida cotidiana.

En un sentido muy profundo, en este momento es cuando establecemos un compromiso con nuestro camino espiritual. Todo lo ocurrido hasta este punto sólo ha sido una preparación para este momento de rendición. Éste es el bautismo de fuego del que habló Jesús. Este es el momento en que volvemos a nacer en Espíritu.

Ahora cada día se convierte en una enseñanza viva para nosotros. La necesidad de profesores y de libros especiales queda atrás. Cada hermano y hermana es un maestro. Cada suceso de nuestra vida es el despliegue de una escritura profunda.

Nuestros amigos miran alucinados mientras hacemos una hoguera y echamos al fuego nuestros libros espirituales.

La cáscara externa se cae. Él núcleo interno florece. Las acciones hablan más alto y claro que las palabras.

Todos llegamos a este punto en el que caemos de manera simple y hermosa en el corazón. Y entonces sabemos que lo que importa no es lo que decimos, sino cómo lo decimos. Y tampoco importa lo que hacemos, sino cómo lo hacemos. Sabemos que todas nuestras creencias no significan absolutamente nada si no vemos, hablamos y actuamos a través de los ojos, los labios y el semblante del amor.

Éste es un lugar al que llegamos no una vez, sino muchas veces. Al principio, ahí nos sentimos incómodos, y volvemos corriendo a la seguridad de nuestras metas y conceptos. Más adelante somos capaces de permanecer ahí durante un tiempo y de recargarnos emocionalmente. Antes de que pase mucho tiempo, anhelamos este lugar donde podemos estar sin esfuerzo. Y cuando llegamos, no queremos irnos.

Esto está bien. El hogar no es un lugar donde vivimos en todo momento. Es un lugar desde el que salimos y al que volvemos, una y otra vez.

El hogar es este lugar donde podemos estar juntos sin sentirnos incómodos y sin palabras innecesarias. Bienvenido, hermano. Bienvenida, hermana. Te saludo al entrar. Te saludo al salir.


Siéntete bien. Que tu vida te colme de bendiciones.

LOS DOCE PASOS DEL PERDON: UNDÉCIMO PASO Mírate en el espejo P.Ferrini




UNDÉCIMO PASO


Mírate en el espejo



Donde quiera que miremos, vemos nuestra propia sombra. A veces nos devuelve la mirada en la mirada de nuestros hermanos. A veces salta delante de nosotros cuando vamos
viento en popa a toda vela.

Nuestras sombras no desaparecen. Se quedan con nosotros.

De algún modo, todo lo que tememos está personificado. Sin embargo, nos pertenece. Todo lo que vemos fuera de nuestro cuerpo/mente confirma una realidad interna.

Si tomas esa realidad interna sin el reflejo externo, lo que tienes es el estado de muerte, un estado de proyección vacía, un estado en el que la interacción es innecesaria, porque las partes de la totalidad ya no están separadas.

Pero, en este mundo, hay un dentro y un fuera. Hay una imagen y un reflejo.

Hay una mente que piensa y una mente que siente. La mente que siente refleja la mente que piensa, porque cada sentimiento es el reflejo de un pensamiento. A menudo resulta difícil separar el sentimiento del pensamiento, porque se siguen el uno al otro muy de cerca.

La totalidad de la psique es un  campo o una serie de estados de pensamiento y de sentimiento intrincadamente entrelazados. Cada campo de conciencia interactúa y se combina con otros, lo que complica todavía más la imagen. Ciertamente es imposible entender las partes componentes o el número de relaciones que hay entre ellas.

Pero lo que sí podemos entender es que, en cualquier momento, lo que vemos fuera de nosotros refleja nuestro campo interno de conciencia, una serie única de constructos de pensamiento y sentimiento. Así, la situación externa es un espejo para nosotros. Mirarse en el espejo puede ser doloroso, pero no es tan doloroso como pretender que el espejo no está ahí.

Cada persona que entra en nuestra vida y nos irrita y nos hace reaccionar, no es sino una personificación de nuestra propia sombra. No tienen un significado objetivo en nuestra vida. Frecuentemente le devolvemos el favor, y también le irritamos y le hacemos reaccionar. Nuestra interacción es totalmente subjetiva. Es la relación de una sombra con otra.

Sólo cuando una persona despierta y entiende que toda la interacción tiene que ver con su propia sombra —lo que ella odia, lo que no puede aceptar, o lo que teme de sí misma— se detiene el proceso de reflejo. Esa conciencia retira el gancho, destruye la proyección. Este tipo de interacciones no puede continuar a menos que haya un acuerdo (generalmente inconsciente) por ambas partes.

No miramos al espejo para aprender a odiarnos a nosotros mismos, sino para aprender a reconocer nuestros juicios reprimidos. Estos juicios sabotean nuestra capacidad de sentirnos plenos por nosotros mismos o en relación con los demás. Así, el descenso a la oscuridad de nuestra propia psique es esencial en nuestro proceso de curación. Sin el descenso, no podemos convertirnos en portadores de luz.

Lo interesante es que este descenso a la oscuridad y el subsiguiente ascenso a la luz no se producen de una manera lineal. Es un viaje cíclico. Primero afronto algún miedo previamente negado, lo saco a la luz, y después otro sale a la superficie. ¿Te suena familiar? A cada victoria le sigue un nuevo reto.

Nos hacemos un flaco favor a nosotros mismos cuando miramos nuestro proceso espiritual con los ojos del mundo o del ego. Tanto  desde la perspectiva del ego como desde la perspectiva del mundo, somos unos miserables fracasados.
El pensamiento lineal, consecutivo y orientado hacia la tarea no puede penetrar en el significado de los procesos cíclicos. Sólo la mente que siente e intuye comprende los conceptos de polaridad y cambio.

Colectivamente, las tradiciones orientales se sienten más cómodas con la mente que siente. Ciertamente la tradición taoísta, de la que vienen el I Ching, el Tao Te Ching y otras obras maestras de la espiritualidad, nos ofrece las comprensiones más profundas sobre el proceso de cambio.

Para los taoístas, todo es energía en movimiento. Incluso las ideas que parecen haber alcanzado su punto álgido o nadir se reciclan, lo que las hace moverse hacia el polo opuesto.
Para la mente oriental, la vida es un péndulo que viene y va; no es un viaje lineal en una sola dirección.

Esta perspectiva nos ayuda a entender que nuestro progreso espiritual no puede medirse por el número de lecciones que recibimos, ni siquiera por la cantidad de lecciones aprendidas, sino por nuestra disposición a mirar dentro del espejo que tenemos delante. Un Curso de Milagros dice que esta pequeña dosis de buena voluntad es suficiente.

En este sentido, cada vez que estamos preparados, abarcamos todas nuestras lecciones simultáneamente. Cada vez que abrimos nuestros corazones, saboreamos la sensación de estar verdaderamente abiertos.

De modo que cada lección ensancha y profundiza la conciencia. Cada lección estira la mente más allá de sus límites conceptuales, y estira el corazón más allá de sus límites emocionales. Es el proceso de traer material inconsciente a la conciencia, de curar las heridas del pasado y descubrir una nueva fe y confianza.

El éxito nos lleva a un nuevo desafío. El fracaso nos brinda la oportunidad de elegir de nuevo. En esto no hay absolutamente ningún juicio implicado.

Los procesos subjetivos no tienen un comienzo ni un final en el tiempo. Esto es algo que nos cuesta entender y aceptar. Pero es esencial ser conscientes de ello si queremos mirar en el espejo una y otra vez sin desanimarnos ni deprimirnos. Después de haber mirado en el espejo durante el tiempo suficiente, todos adquirimos un sentido del humor cósmico. Ya no tratamos de ser perfectos, ni intentamos hacer todo el trabajo de una vez. Nos contentamos con lo que la vida nos trae. El simple hecho de lidiar con lo que surge, sin crucificarnos ni crucificar a otros, es reto suficiente.

Y somos suficientemente inteligentes, y tenemos la suficiente experiencia, como para saber que de vez en cuando vamos a meter la pata. Me refiero a que vamos a olvidar completamente lo que hemos aprendido y vamos a hacer la cosa más estúpida que podamos imaginar. Nuestros peores temores se harán realidad. Vamos a sentirnos avergonzados, iracundos, vueltos del revés. Y, de algún modo, sobreviviremos a eso. E incluso tal vez lleguemos a verlo como un regalo.

Y es entonces cuando realmente sabemos que el viaje da vueltas y más vueltas. Y sabemos que estamos bien, independientemente de dónde parecemos estar o de lo que parece estar ocurriendo. Esto nos lleva al último paso, que a estas alturas ya deberíamos saber que también es el primero.



LOS DOCE PASOS DEL PERDON: DÉCIMO PASO Date cuenta de que todo está bien como está P. Ferrini








DÉCIMO PASO





Date cuenta de que todo está bien como está
 


Cuando Un Curso de Milagros nos pide que «elijamos de nuevo», nos invita a cambiar nuestra percepción, a ver las cosas de otra manera. Nos pide que reconozcamos la desigualdad y que elijamos la igualdad. Nos pide que reconozcamos nuestro miedo y que comprendamos que lo que queremos es amor.



Y si no podemos cambiar nuestra percepción, y si no podemos ver que lo que queremos es amor, entonces nos pide que simplemente tomemos conciencia de que no podemos. La conciencia siempre es suficiente. Todo este proceso está relacionado con expandir nuestra conciencia. Mientras sea consciente de que tengo elección, no importa que no sea capaz de elegir el amor. ¿Puedes aceptar esto?



El ego quiere decir: «Eres una persona inmunda. Has vuelto a fracasar. Te has olvidado de elegir el amor. Nunca vas a hacer las cosas bien».



Todos sabemos que vamos a escuchar esta voz. Pero, detrás de ella, también hay otra voz que dice: «Está bien. No te preocupes. Simplemente sé consciente. Todo está bien».



Sabemos que ésta es la voz del Espíritu porque nos honra, y también honra a todas las demás personas que participan en nuestro drama. No nos ensalza a expensas de otros, ni nos hunde a nosotros para elevar a otros. Lo que nos dice es: «Está bien. Tú juzgaste. Él se sintió ofendido y atacado. Tu devolviste el ataque. Ahora los dos os sentís fatal.

Simplemente sé consciente de lo ocurrido. No hace falta juzgarlo».



Según el Espíritu, no tengo que estar siempre en lo correcto para ser aceptable. Soy aceptable aunque cometa errores. Incluso soy aceptable cuando cometo el mismo error dos o tres veces. Y también lo es mi hermano o mi hermana.



Hay una norma para todos nosotros y esa norma es: «Los errores forman parte del proceso de aprendizaje, y el perdón también». El juicio y la culpa son falsas interpretaciones no sólo de lo ocurrido, sino también de para qué sirve.



Todo lo que ocurre en nuestras vidas sólo tiene una intención: retirar los impedimentos a la presencia del amor, disolver los obstáculos a la paz. Cada esfuerzo, cada pelea en la que derribamos a alguien no es sino una herramienta para despertar, un recordatorio de que volvamos a elegir.



Cuando nos sentimos encolerizados, cuando sentimos que estamos siendo injustamente castigados o que se están aprovechando de nosotros, tenemos que recordar esto. Siempre hay algo que aprender, algo que soltar, algo que agradecer.



¿Cómo podría el amor ser un ataque? Si el estado básico de la creación es un estado de amor, entonces, incluso cuando nos sentimos atacados, el amor está presente. Incluso en medio de nuestro sufrimiento la paz es posible.



Cada momento de nuestra vida es un momento que nos pide algún gesto de perdón. Cada vez que nos juzgamos a nosotros mismos o a otros, cada vez que sentimos miedo y atacamos, cada vez que queremos atacar pero nos obligamos a no hacerlo, cada vez que justificamos nuestro ataque o nuestra defensa, se nos pide que perdonemos. Pero ¿qué significa esto?



Significa que tengo que empezar por darme cuenta de que, como quiera que me sienta ahora mismo, así es como me siento ahora. Es posible que me haya sentido así en el pasado, pero eso no hace que esto sea más real de lo que fue aquello.



Usar el pasado para justificar mi ira no hace sino reforzarla. De modo que debo dejar el pasado en paz.



No traigo el pasado al presente y no llevo el presente al futuro. Simplemente acepto el presente tal como es. Eso es perdón.



No es algo esotérico. Simplemente dejo ser a lo que es. No lucho contra ello. No intento cambiarlo. Simplemente lo dejo ser. Le dejo estar conmigo y me permito estar con ello.



Soy como un fabricante de vinos. Mi experiencia es como un vino que pongo en el tonel de la aceptación y lo dejo envejecer. Con el tiempo, la aceptación madura en entendimiento. Con el tiempo, mi experiencia se convierte en una verdad viviente que me guía e inspira a otros.



Esto exige mucha paciencia. Significa que tengo que reconocer que el vino será mucho mejor cuando haya envejecido. Si lo bebo demasiado pronto, antes de haber vivido con él, mi experiencia no podrá enseñarme. Sólo reforzará lo que he aprendido en el pasado, y es posible que buena parte de ello ya no sea relevante.



Tengo que reconocer que el cambio no es malo. Es un proceso de maduración. Si yo no cambiara, no maduraría. Si no me quedara con mi experiencia, no aprendería de ella.



Mientras siga invirtiendo en dejarlo todo igual, no puedo beneficiarme de las lecciones que la vida me ofrece espontáneamente. Tengo que estar dispuesto a cambiar. Pero no debo ser tan orgulloso como para pensar que sé en qué dirección se ha de producir el cambio.



Eso no puedo saberlo. Eso no debería saberlo. Eso viene de lo desconocido, de más allá de mí, o de un lugar tan profundo dentro de mí que no lo reconozco. Viene a través de mí y me transforma al atravesarme.



Saber que todo está bien es confiar en el proceso, traiga lo que traiga. Significa que sé que mi Creadora me ama y que está conmigo en todos mis empeños. Ella no puede interferir en mis lecciones porque no las creó.



Ella simplemente es mi testigo, tal como yo soy el suyo. Nada más y nada menos.