Los estudiantes del Curso, ¿cómo deberían percibir el Padre Nuestro? ¿Deberían rezarlo como parte de su práctica, por ejemplo?
Muchos estudiantes saben que el Curso tiene su propia versión de esta oración (T-16.VII.12), pero lo que tal vez no se den cuenta es que el Curso hace literalmente decenas de referencias a distintas partes del Padre Nuestro.
Recientemente hice una investigación sobre estas referencias, como parte de un diálogo con un amigo (que por su parte, me concienció de la forma en que tradicionalmente se percibe esta oración), y lo que encontré me resultó fascinante.
Una y otra vez el Curso alude a una parte en particular del Padre Nuestro, pero lo modifica de tal manera que sutilmente hace un comentario sobre él. En general este comentario expresa que está de acuerdo con la oración, pero también introduce gran cantidad de corrección, ya sea en el significado dentro de la oración o en el significado que nosotros le asignamos.
A continuación intentaré captar la esencia de ese comentario para cada una de las líneas del Padre nuestro.
“Padre Nuestro que estás en los Cielos, santificado sea Tu Nombre”. El Padre Nuestro comienza con esta conocida exaltación de Dios. Todo apunta hacia arriba. Dios no es sólo nuestro Padre, Su morada está alta en el Cielo y Su mismo Nombre es santo.
El Curso está de acuerdo esencialmente con todo esto. La mayoría de sus oraciones comienzan dirigiéndose a Dios como Padre, y varias, incluso, comienzan con “Padre Nuestro”.
El Curso ama la imagen de Dios como el padre perfectamente amoroso, protector, generoso y accesible. Irónicamente, sin embargo, esta imagen ubica al Curso en un lugar de cierta tensión con el resto de este primer renglón. Pues, como todos sabemos, un padre perfectamente amoroso no se exalta a sí mismo por encima de sus hijos; su actitud es más parecida a la del padre del hijo pródigo: “Hijo... todo lo mío es tuyo”. Lucas 15:31
Por esta razón, cada vez que el Curso alude a la frase “santificado sea Tu Nombre,” lo modifica de tal manera que nos exalte a nosotros conjuntamente con Dios: Santificados sean vuestros nombres y el Suyo, pues se unen. C-4.8:2
En la enseñanza del Curso, nuestro verdadero nombre no es el nombre en nuestro certificado de nacimiento. Nuestro nombre verdadero es en realidad el Nombre de Dios, pues así como un padre da su nombre a sus hijos, del mismo modo Dios nos dio Su Nombre.
Esto abre el camino para una inversión sorprendente. El Curso toma la frase final de esta petición, que normalmente le rezamos a Dios, y en su lugar nos lo dice a nosotros: Santificado sea tu nombre e inmaculada tu gloria para siempre. L-pI.rV. In.10:2-3
“Venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo”. Aquí rezamos para que el Voluntad de Dios sea la fuerza soberana en la tierra; que el Cielo baje a la tierra. Este sentimiento es claro al corazón del Curso, que hace referencia más veces a esta petición que a ninguna otra (yo cuento veintitrés).
Sin embargo, el Curso trata de rebatir una presunción profunda que nosotros inadvertidamente inyectamos en esta línea: que nuestra voluntad y la Voluntad de Dios están en lados opuestos de una línea divisoria. En cambio, dice el Curso, la Voluntad de Dios está de nuestro lado. Él sólo desea que seamos eternamente felices. Y Él se asegura que nada se interponga en el camino de nuestra voluntad, incluso cuando elegimos sufrir.
Igual que con la primera petición, el Curso le da la vuelta y nos lo dice a nosotros; es más, hace que Dios nos lo diga: Pues Dios Mismo ha dicho: “Hágase tu voluntad” T-31.VI.4:7. Podemos ver también T-24.III.5:8, 8:9.
Sin embargo, ¿por qué haría Él algo tan imprudente? Porque Él sabe que nuestra voluntad no es lo que parece. Nosotros en realidad no deseamos todos los juguetes que tan cansinamente perseguimos; no pueden satisfacer a seres infinitos. Dios es el único verdadero objetivo de nuestro deseo. Sabiendo esto, Dios pide que permitamos que se haga nuestra voluntad (T-24.III.8:7 -9), nuestra verdadera voluntad. Y así es como cumplimos el imperativo bíblico que Su Reino sea en la tierra. Dios no decreta el cumplimiento del mundo; Él debe trabajar a través de mensajeros voluntariosos.
Al darnos cuenta de que nuestra voluntad en realidad es la Suya, nos convertimos en Su Voluntad en acción, y a través de nosotros el Cielo baja a la tierra.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”. Esta frase expresa una confianza maravillosa en que Dios proveerá lo que necesitamos de manera contínua. No dice, “Danos un gran beneficio de modo que por un rato no nos preocupemos por tener que confiar en Ti”. El Curso también ve a Dios (a través del Espíritu Santo) proveyendo nuestras necesidades más mundanas, si nuestras mentes están verdaderamente abiertas a Él (ver T-13.VII.12-13).
Sin embargo, ¿qué es nuestro pan de cada día exactamente? ¿Qué es lo que realmente nos da sustento? La única referencia definitiva del Curso para esta frase (T-2.III.5:10) y otra referencia posible (T-16.VII. 12:6) se combinan para dar esta respuesta: nuestro pan verdadero es la paz y liberación de todo temor que se experimenta en el instante santo.
Por lo tanto, depender de Dios para nuestro pan de cada día significa aceptar sistemáticamente Su regalo del instante santo en nuestras mentes.
“Y perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Esta petición habla de dar y recibir perdón, y la manera en que uno lleva al otro; temas que son medulares en Un Curso de Milagros. No obstante, hay dos formas en que el Curso difiere con esta petición. Primero, esto suena como que el perdón de Dios depende de que nosotros perdonemos a los demás. Se puede discutir que esto no es lo que dice el idioma original, pero creo que ésta es la manera en que todos lo hemos entendido.
El Curso, por otra parte, aclara que perdonar a otros nos hace darnos cuenta de que siempre hemos sido perdonados. Segundo, el Curso enseña que no tiene sentido pedirle a Dios que nos perdone nuestros pecados, pues Él sólo nos conoce como santos. Estos dos enfoques se captan en el siguiente pasaje: No pidas ser perdonado, pues eso ya se te concedió. Pide, más bien, cómo aprender a perdonar y a restituir en tu mente inmisericorde lo que siempre ha sido [tu inocencia]. T-14.IV.3:4-5
“Y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal”. Creo que todos los Cristianos se han sentido intrigados por esta frase. Sé que yo sí cuando estaba en la iglesia. ¿Por qué Dios nos dejaría caer en la tentación en primer lugar, y por qué tendríamos que pedirle que no lo hiciera? Los traductores modernos tienen versiones levemente más suaves: “no nos lleves a tiempos de padecimiento” o “no nos sometas a la prueba final”. Pero no borran la impresión de que si no lo pedimos, tal vez Dios nos ponga en mala situación. El Curso, siempre alerta para corregir nuestras imágenes temerosas de Dios, se refiere muchas veces a esta frase, aclarando que somos nosotros los que nos desviamos hacia la tentación, llevados ahí por el ego, y que Dios es El Que nos conduce fuera de ella, en lugar de ser el que nos somete a ella.
“Pues Tuyo es el Reino, el poder y la gloria, por siempre. Amén”. El Padre Nuestro termina con esta afirmación conmovedora acerca de la grandeza de Dios. Sin embargo, a la vez que afirmamos que el Reino y el poder y la gloria son de Dios, probablemente estamos presuponiendo que no son nuestros, que están tan lejos de nuestro alcance como las estrellas.
El Curso tiene un enfoque opuesto. Dice que debido a que son de Dios, también deben ser nuestros. Es la naturaleza de Dios darnos todo lo que Él tiene, incluyendo Su poder y Su gloria. Igual para Su Reino. Tal vez estemos seguros de que Dios nos desterrará de Su Reino tras consultar nuestro legajo. Sin embargo, su veredicto será una sorpresa liberadora: Su veredicto será siempre: “Tuyo es el Reino”. T-5.VI.10:8
Nuevamente el Curso toma una frase que estamos acostumbrados a decirle a Dios, y nos muestra que Dios el nos lo dice a nosotros. El Curso incluso dice que Su Reino no es algo al que entramos ni tampoco algo dentro de nosotros, sino que nosotros somos Su Reino. Nosotros somos el ámbito en que Él reina.
He aquí mi intento de compactar todo esto en una versión del Padre Nuestro según el Curso:
Padre Nuestro, Tu santo Nombre es el nuestro, pues somos Tu Hijo. Y sólo pedimos que Tu Voluntad, que también es la nuestra, se haga en nosotros y en el mundo, para que éste pase a formar parte del Cielo ahora. ( L-pI.189.10:9) Que nosotros aceptemos el instante santo este día como un regalo Tuyo, pues ese es nuestro verdadero pan de cada día. Que nosotros perdonemos la ilusión del pecado que vemos en nuestro hermano, y así despertemos a la eterna verdad de que Tú jamás has visto el pecado en nosotros. Y cuando nos desviamos hacia la tentación, contamos con que Tú nos guíes de regreso. Pues Tú has compartido todo Tu poder y gloria con nosotros, y reconocemos que nosotros somos Tu Reino por siempre.
También sentí que era apropiado construir una versión en que Dios nos habla a nosotros, basado en ese fascinante patrón que vimos en que el Curso invirtió tres de las peticiones y los dirige a nosotros:
Hijo Mío, santo es tu nombre, pues tu verdadero nombre es Mi Nombre. Que se haga tu voluntad. Te pido que dejes que tu voluntad se haga, pues tu verdadera voluntad es Mi Voluntad. Que tu gloria quede sin mancha por siempre. No importa cuán manchado pienses que estás, Mi veredicto siempre será “tuyo es el Reino”.
Para tener el beneficio total de estas oraciones, recomiendo que las uses: reza la primera versión, repitiéndola a Dios de manera lenta y sentida, y realmente imaginando que Dios está diciéndote la segunda versión a ti personalmente.
Creo que te sorprenderás por el resultado.
Publicado en “Boletín Mensual de Milagros en Red” (nº 90, Octubre 2009), por Patricia Besada de www.milagrosenred.org, traducido del texto original en inglés de Robert Perry.