Uno busca la felicidad fuera de uno
mismo, en las cosas, en la gente, en el dinero, en tantas y tantas cosas que se
encuentran fuera de tí. Inclusive uno llega a pensar “que no sería feliz
sino tuviera tales o cuales cosas o no tuviera a tal persona” y con esa sensación de felicidad por el logro por conseguir uno se vuelve
dependiente de todo. El problema es que la
ilusión no existe en las cosas, ni en las situaciones, la ilusión existe en tu
percepción ligada a tu conciencia.
El placer, el éxito y el deber, jamás son objetivos finales de lo
que quieres, como mucho son medios que supones te llevaran en la
dirección de lo que de verdad quieres, y en realidad lo que deseas de verdad, es la
liberación de las cosas y situaciones finitas que te impiden sentir la dicha
que deseas de corazón sin limitación alguna.
Por eso llega el
día que uno emprende la búsqueda interna, corta con todo lo que en verdad no
desea, con todo aquello que hasta entonces creía desear y que en realidad es lo que
te está haciendo daño. Uno se da cuenta que tan solo quiere estar solo consigo mismo,
libre de todas las cadenas que el ser humano se autoimpone...
De la elección en la percepción de las cosas puedes crear ilusión o realidad, esto
quiere decir que no las ves como en realidad son, sino que te basas en el concepto y en la experiencia pasada que tienes de ellas. En la
elección de elegir ver lo real o lo ilusorio radica la paz y la felicidad interior. Escoger a través de tu Maestro
Interno te conduce al Bienestar y Felicidad.
Dispones pues de
dos únicas alternativas de elección, ambas excluyentes. Puedes elegir ir en pos de
una ilusión (éxito, placer dinero...) -la
pequeñez- pues nada de este mundo puede proporcionarte satisfacción alguna,
o bien en pos de -la grandeza- libre de todas esas ataduras, en el que uno descubre su verdadero Ser con satisfacción y júbilo interior inexplicable, y se da cuenta que
lo que tanto buscaba no estaba a fuera, sino que está dentro de uno mismo.
Con cada elección
que estas realizas, lo único que haces es evaluarte a ti mismo manifestando lo
que crees que tú eres. Si eliges pues la pequeñez, la paz se alejará de ti,
pues al proceder de tu propia decisión de no ser quien eres, estás atacando tu
identidad, considerándote indigno de ella.
Como siempre, tu elección estará
determinada por lo que valores (T-10.V.14:7)
El ego te ha
enseñado a atacarte a ti mismo porque eres culpable, lo cual crea un mecanismo
de retroalimentación, que desemboca en un aumento de tu culpabilidad, pues la
culpabilidad es el resultado del ataque. Si no te sintieses culpable no podrías
atacar, pues la condenación es la raíz del ataque.
Puesto que te
atacaste a ti mismo y creíste que el ataque había sido efectivo, te consideras
a ti mismo debilitado. La acción del ataque y del resultado de la sensación de
debilidad, hace que el ego crea en el ataque como la mejor defensa. Al percibir
que ante el ataque otros ciertamente reaccionan, no puedes sino interpretar su
reacción como un refuerzo de tu creencia en el ataque logra debilitar, pues al
aceptar su vulnerabilidad estás reconociendo que el ataque tiene efectos
Si enseñas
ataque en cualquier forma que sea, eso es lo que percibirás, enseñando lo que
has aprendido, y ello no podrá sino causarte dolor
(T-6.III.3:5),
La proyección de
los mensajes del ego fuera de ti, te hace creer que es otro el que está
sufriendo por tus mensajes de ataque y culpabilidad y no tú. Pero esa
proyección, como todas la defensas del ego, es un arma de doble filo, pues al atacar y reconocer su valía, temerás
ser atacado, pues los que se sienten culpables esperan ser atacados, y entrañan
forzosamente la creencia de que eres vulnerable y por tanto su efecto no es
otro que debilitarte ante tus propios ojos y por tanto alumbrar en ti la
pequeñez.
Cada vez que
atacas apelas a tu propia pequeñez mientras que cada vez que perdonas apelas a
la grandeza de Cristo en ti. Algo curioso en una mente acostumbrada a pensar
que la santidad es debilidad y el ataque poder.
Al reconocer que cualquier ataque que percibes se encuentra en
tu mente, localizas su origen, y puedes poner los medios para acabar con él. En la mente se encuentran todos los
pensamientos anómalos, todas las ilusiones, la ira y la venganza y todos los
sentimientos dirigidos a mantener en ti la culpabilidad, de modo que el mundo
pudiese alzarse desde ella y mantenerla oculta. Tienes que cambiar de
mentalidad no de comportamiento y eso es cuestión de que estés dispuesto a
hacerlo La corrección debe llevarse a cabo únicamente en el nivel en que es
posible el cambio en tu mente el cambio no tiene ningún sentido en el nivel de
los síntomas tu cuerpo donde no puede producir resultados
Cuando estés dispuesto a asumir total
responsabilidad por la existencia del ego, habrás dejado a un lado la ira y el
ataque, pues éstos surgen como resultado de tu deseo de proyectar sobre otros
la responsabilidad de tus propios errores. Busca dentro de ti la solución de
todos los problemas, hasta de aquellos que creas más exteriores y materiales. Recuerda
que tienes miedo de esta búsqueda interior pueda alejarte completamente de ti
mismo y empequeñecerte porque crees que la magnificencia radica en el desafío y
la grandeza en el ataque.
Tú que has encontrado la pequeñez que buscabas,
recuerda esto: cada decisión que tomas procede de lo que crees ser, y
representa el valor que te atribuyes a ti mismo. Si crees que lo que no tiene
valor puede satisfacerte, no podrás sentirte satisfecho, pues te habrás
limitado a ti mismo. Tu función no es
insignificante, y sólo podrás escaparte de la pequeñez hallando tu función y
desempeñándola (T-15.III.3:3-5)
No existe
duda alguna que tu función es la misma que la de Dios, y no existe duda acerca
de la grandeza de esa función, pues es el la misma voluntad que la de Dios. A
través del Espíritu Santo, Dios la depositó en ti, y siempre has dispuesto de
ella. El poder y la gloria que hay en ti procedentes de Dios permanecen en ti
aunque no puedas recordarlo.
Entrega al Espíritu
Santo lo que Dios dispone para ti. Permanece alerta contra la pequeñez con la
que el mundo te tentará, pues mantener y descubrir tu grandeza en un mundo en
el que reina la pequeñez, parecer requerir un soberbio esfuerzo. Sin embargo
piensa que no estás solo: Dispones del poder de Dios en ti.
Evoca en todos únicamente el
recuerdo de Dios y el del Cielo que mora en ellos. Allí donde desees que tu
hermano esté, allí creerás estar tú. No respondas a su petición de pequeñez y
de infierno, sino sólo a su llamamiento a la grandeza y al Cielo. No te olvides
de que su llamamiento es el tuyo y contéstale junto conmigo. El poder de Dios
está a favor de Su anfitrión eternamente, pues su único cometido es proteger
la paz en la que Él mora. No deposites la ofrenda de la pequeñez ante Su santo
altar, el cual se eleva más allá de las estrellas hasta el mismo Cielo por
razón de lo que le es dado (T-15.III.12:1-6)
En este mundo no importa lo que hagas, puedes hacer de
ello tu ministerio. Estás aquí para ayudar a los corazones
humanos. Cuando te relacionas con alguien, tienes
la oportunidad de aportar más amor al universo, enseñarte lo que ya posees, para que juntos podamos reemplazar la
miserable pequeñez que mantiene a tu hermano cautivo de la culpabilidad y la
debilidad, pues allí donde desees que tu hermano este, allí creerás estar tu.
0 comentarios:
Publicar un comentario