DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

EL PROCESO DE SEPARACION (3/4): la tercera división


LA TERCERA DIVISIÓN


Tras la segunda división la mente del Hijo de Dios parece haberse convertido en un campo de batalla en el cual el “tomador de decisiones” debe decidir por el sistema de pensamiento del ego o por el Espíritu Santo, ya que la decisión unívoca sobre uno de ellos implica la desaparición inmediata del otro.


El ego es consciente de la existencia de un poder superior al suyo, y que en cualquier momento el “tomador de decisiones” puede retirarle su creencia, por que todas las maniobras del ego van dirigidas desde este momento a mantener este poder oculto de la mente del Hijo de Dios, con vistas a que este olvide su error en la elección y pueda cambiar su decisión a favor del Espíritu Santo

Sin tu lealtad, protección y amor, el ego no puede existir. Deja que sea juzgado imparcial­mente y no podrás por menos que retirarle tu lealtad, tu protec­ción y tu amor.
(T-4.IV.8:9-10)

Por lo tanto es imperioso hacer creer al Hijo de Dios, que la separación es real y que la Expiación nunca ha acontecido, por eso el ego le dice al hijo de Dios: “Mira lo que has hecho, con tu elección te has separado de Dios, has renunciado a tu Padre, cometiendo un pecado imperdonable”

El Hijo no puede sino contemplar apesadumbrado lo que ha hecho, y eso no es sino el origen de la culpa  a sabiendas de haber cometido un terrible pecado que Dios jamás podrá perdonar. Dios se convierte con su inmensidad en una terrible amenaza, en una espera perpetua a su venganza y en un miedo insuperable al que hasta ahora había sido nuestro Padre amado. Dios se transforma en el enemigo como se destaca en la “tercera ley del caos:

Observa cómo se refuerza el temor a Dios por medio de este tercer principio. Ahora se hace imposible recurrir a Él en momentos de tribulación, pues Él se ha convertido en el "ene­migo" que la causó y no sirve de nada recurrir a Él. La salvación tampoco puede encontrarse en el Hijo, ya que cada uno de sus aspectos parece estar en pugna con el Padre y siente que su ata­que está justificado. Ahora el conflicto se ha vuelto inevitable e inaccesible a la ayuda de Dios. Pues ahora la salvación jamás será posible, ya que el salvador se ha convertido en el enemigo.

No hay manera de liberarse o escapar. La Expiación se con­vierte en un mito, y lo que la Voluntad de Dios dispone es la venganza, no el perdón. Desde allí donde todo esto se origina, no se ve nada que pueda ser realmente una ayuda. Sólo la destruc­ción puede ser el resultado final. Y Dios Mismo parece estar poniéndose de parte de ello para derrotar a Su Hijo.
(T-23.7-8:1-5)

De esta manera se establece una disociación perfecta entre Padre e Hijo, por la cual no parece existir posibilidad de reconciliación entre ambos

Piensa en las consecuencias que esto parece tener en la relación entre Padre e Hijo. Ahora parece que nunca jamás podrán ser uno de nuevo. Pues uno de ellos no puede sino estar por siem­pre condenado, y por el otro. Ahora son diferentes y, por ende, enemigos. Y su relación es una de oposición, de la misma forma en que los aspectos separados del Hijo convergen únicamente para entrar en conflicto, pero no para unirse. Uno de ellos se debilita y el otro se fortalece con la derrota del primero. 
(T-23.5:1-6)

El pensamiento de separación del ego, ha conseguido su objetivo basado en la trilogía del pecado, la culpa y el miedo, olvidando por medio de los ídolos, la verdad de sus opuestos, el perdón, la paz y el amor en su permanente guerra con este dios asesino imaginado sin que al parecer exista aparente salida al problema.

El pecado, la culpa y el miedo se convierten en los protectores de la separación manteniendo a Dios alejado y otorgándoles un valor ficticio como salvadores de la individualidad, la autonomía y el deseo de ser especial  respecto a la Unidad:

Y ahora te encuentras aterrorizado ante lo que juraste no vol­ver a mirar nunca más. Bajas la vista, al recordar la promesa que les hiciste a tus "amigos". La "belleza" del pecado, la sutil atrac­ción de la culpabilidad, la "santa" imagen encerada de la muerte y el temor de la venganza del ego a quien le juraste con sangre que no lo abandonarías, se alzan todos, y te ruegan que no levan­tes la mirada. Pues te das cuenta de que si miras ahí y permites que el velo se descorra, ellos desaparecerán para siempre. Todos tus "amigos", tus "protectores" y tu "hogar" se desvanecerían. 
(T-19.IV-D.6:1-5)

Estos pensamientos horribles, nos obligan a buscar defensas que nos protejan de esas sensaciones, de modo que no seamos conscientes de nuestra culpa y por tanto incapaces de percibir el miedo y el error en nosotros mismos, de modo que seamos incapaces de elegir cambiar de mentalidad y regresar a la Mente Unida.

Una vez que el Hijo de Dios elige para sí el pensamiento del ego, elige una estrategia de individualidad y en un pensamiento de culpa y miedo, y la única forma de librarse del mismo es proyectando el pecado percibido sobre uno mismo en los demás, y ver el pecado lejos de uno en lugar de verlo en nosotros mismos.

Aquí es donde nace realmente la tercera división, en la que el ego convence al Hijo de Dios a que para evitar el miedo y la culpa la mejor solución es atajar la causa, de modo que la manera más sencilla es realizar una nueva división: crear un nuevo yo que se convierta en el poseedor del pecado, de la culpa y del miedo, un nuevo yo, separado de mí, que me permita mantener mi individualidad sin la pesada carga del miedo.


En un nuevo proceso de creación el yo pecaminoso (A), abrumado por los pensamientos de miedo, se descompone en dos yos: Un yo fuera de uno mismo (C) que conserva todos los sentimientos rechazados, y un yo (B) libre de pecado. De esta manera el yo original (A) consigue dos objetivos fundamentales de cara a su supervivencia: Retiene su individualidad y logra hacer el pecado real, alejándolo de sí mismo (B) y alejando la culpabilidad en otro yo (C) fuera de él. Ese otro yo (C) culpable se convierte en Dios, pues quien si no continuamente procura castigar al yo victima (B), versión inocente del yo (A).
                                             
                                                             A
                                    (Yo culpable: pecado, culpa, miedo)

                                    B                               C
                                           (Yo inocente y víctima: miedo)     (Yo culpable: pecado y culpa)
                                                            [Hijo]                                                 [Dios]

Sin embargo, el plan no termina de funcionar, pues en seguida el yo víctima (B) se aterroriza de inmediato del yo culpable (C)  presto a realizar su ataque contra su inocencia. Ahora el Hijo (yo B) y el Padre-Dios (yo C) son enemigos irreconciliables

En la mente que Dios creó perfecta como Él Mismo se adentró un sueño de juicios. Y en este sueño el Cielo se trocó en infierno y Dios se convirtió en el enemigo de su Hijo
(T-29.IX.2:1-2)


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