En nuestra
sociedad actual otorgamos al tiempo un valor esencial, pensamos que la pérdida
de tiempo es una pérdida irreparable. De hecho el tiempo se convierte en el motor
de nuestra existencia, definiendo lo que podemos y lo que no podemos hacer en
virtud de su voluntad, coartando nuestro libre albedrío para poder elegir lo que queremos realizar
cada día.
Pero el tiempo no
es más que una ilusión, una creencia. En realidad sólo existe en la mente de
los seres humanos que e incluso son capaces otorgarle atributos: Buena época,
mala época, buen tiempo, mal tiempo… El tiempo es una herramienta del ego para
percibir nuestro cuerpo y alejarnos de nuestra divinidad. En realidad el tiempo
sólo acontece en la mente, aunque lo proyectemos sobre el mundo exterior.
A ti que aún crees vivir en el tiempo sin saber que
ya desapareció, el Espíritu Santo te sigue guiando a través del laberinto
infinitamente pequeño e insensato que todavía percibes en el tiempo a pesar de
que ya hace mucho que desapareció. Tú crees estar viviendo en lo que ya pasó.
(T.26.V.4:1)
Tal vez nunca
te hayas planteado poner en duda la linealidad del tiempo. Llevas muchos años
con la mente pensando de esa forma, de modo que contemplas al mundo desde una
perspectiva basada en el pasado y en la experiencia vivida. El pasado, el presente y el futuro no son estados
continuos, a no ser que impongas continuidad en ellos. Puedes percibirlos como
que son continuos, y hacer que lo sean para ti.
Como sociedad y como individuos, sólo
somos capaces de mirar atrás, lo que hemos hecho y lo que no hemos hecho, en
vez de contemplar quienes somos en el presente. Te anclas al pasado cuando evalúas
a una persona en términos de lo que ha hecho o no en el pasado. Nuestro valor en
la vida depende de los éxitos contenidos en el pasado, e incluso el concepto
que tenemos de los objetos se basa en percepciones caducas.
El curso desde
sus inicios ya nos indica el error de conferir tanta importancia al pasado. En
la lección 7 del libro de ejercicios se nos dice:
Sólo veo el pasado.
Esta idea resulta muy difícil de creer
al principio. Sin embargo, es la razón fundamental de todas las
anteriores.
Es la razón por la que nada de lo que ves significa nada.
Es la razón por la que le has dado a todo lo que ves todo el
significado que tiene para ti.
Es la razón por la que no entiendes nada de lo que ves.
Es la razón por la que tus pensamientos no significan nada y por lo
que son como las cosas que ves.
Es la razón por la que nunca estás disgustado por la razón que
crees.
Es la razón por la que estás disgustado porque ves algo que no está
ahí.
(LE.7.1:1-8)
Piensas que es natural utilizar
tus experiencias pasadas como punto de referencia desde las que juzgar el
presente. Sin embargo eso no es más que una ilusión, pues el pasado no puede
arrojar sombras que oscurezcan el presente, a menos que tu decidas que así sea ,
y sólo si tienes miedo elegirías que la oscuridad te acompañase, y te impida
ver la realidad.
Por tanto, mientras te mantengas aferrado
al pasado, la única visión del mundo que puedes contemplar, es la de un mundo lleno
de culpabilidad e ira. Te perderás la visión real que proporciona el amor del
momento presente.
Con la nueva
visión basada en el amor, podemos concentrarnos en el presente, olvidando la
linealidad del tiempo. El tiempo como tal no existe salvo como recurso de
enseñanza por lo que solo puedes
encontrarte en el momento presente. La idea no puede ser más clara:
Cada vez que te aprisionas al pasado
O te preocupas por el futuro,
Estás mirando hacia ningún lado
Viendo cosas que no están allí.
Acotar el tiempo en años,
días, horas y minutos nos refuerza en la creencia en su existencia, y
estableciendo para bien del ego la creencia en la finitud. ¿Como podíamos ser Hijos de Dios, creados a su
imagen y semejanza, cuanto nuestra vida parece obedecer a los límites del
tiempo?¿Cuantas veces nos pasa que
cuando disfrutamos intensamente de algo una hora del reloj puede sentirse como muchas
más horas? Este hecho refuerza la idea de que es la mente la que controla el
tiempo y no al revés; con esta idea reforzamos la percepción de flexibilidad de
algo que parece rígido y cuando las creencias rígidas de la mente dejan de
tener ese valor, se convierten en creencias flexibles, modificables y por lo
tanto expandibles.
Si el tiempo solo
existe en nuestra mente es allí donde hemos de buscar la respuesta a su
presencia. Un Milagro es una corrección que hacemos en nuestra mente. Es por
eso por lo que los Milagros actúan directamente sobre el tiempo, pero sin
depender de él. El obrador de milagros, gradualmente se convierte aun sin saberlo,
en controlador del tiempo.
El tiempo se
convierte en aquello que siempre fue: una herramienta de aprendizaje. El
milagro te permite ver a tu hermano libre de su pasado, y así te permite percibirlo
como que ha renacido. Sus errores se encuentran en el pasado, y al percibirlo
sin ellos lo liberas, y te liberas; pues si el pasado con el que lo percibes, fue
engendrado con ira, y si te vales de él para atacar el presente, el futuro será
como el pasado y serás incapaz de ver la liberación que éste te ofrece.
Muchos obradores de
milagros han logrado ajustar su vida al grado de ser ellos los determinen el
número de actividades para cada día. Una vez más, esto no lo hacen
solos, lo hacen con la ayuda de Dios. Cuando nos concentramos en el
presente, la ventana de nuestra percepción cambia radicalmente. Bajo esa nueva
luz, comenzamos a ver al mundo y a nosotros mismos con un sentimiento de algo
nuevo, de liberación y de alivio. Somos capaces de corregir una creencia
limitante. En el presente, no existen reglas de comparación externas para
determinar nuestra valía; sólo el amor brilla en ti y a tu alrededor.
Al cambiar nuestra
percepción con respecto al tiempo, una sensación de paz entra a nuestras vidas.
Renacer es
abandonar el pasado y contemplar el presente sin condenación. (T.13.VI.3:5)
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