DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

LA PEQUEÑEZ Y EL ATAQUE

El ego cree que la mejor defensa es un buen ataque, y quiere que tú también creas eso. Si enseñas ataque en cualquier forma que sea, eso es lo que percibirás, enseñando lo que has aprendido, y ello no podrá sino causarte dolor, pues todo ataque en realidad es un ataque contra uno mismo. 


El ego te enseña a que te ataques a ti mismo porque eres culpable, lo cual no puede sino aumentar tu culpabilidad, pues la propia culpabilidad es el resultado del ataque. Es como un circulo cerrado: Si no te sintieses culpable no te podrías atacar, pues la condenación es la raíz del ataque. 

El ego siempre proyecta sus mensajes fuera de ti, al creer que es otro y no tú el que ha de sufrir por tus mensajes de ataque y culpabilidad. Te vales del ataque para tus propósitos porque crees que ante el ataque, los otros ciertamente reaccionan al percibirlo y, si estás tratando de atacarles, no podrás sino interpretar su reacción como un refuerzo de tu creencia que ante el ataque se logra debilitar, pues al aceptar su vulnerabilidad estás reconociendo que el ataque tiene efectos.

Puesto que no podrás sino proyectar tus pensamientos de ataque, temerás ser atacado, pues los que se sienten culpables esperan ser atacados, y habiendo pedido eso, se sienten atraídos por el ataque. 

Los pensamientos de ataque, por lo tanto, hacen que seas vulnerable en tu propia mente, que es donde se encuentran. Y si esos pensamientos entrañan forzosamente la creencia de que eres vulnerable, su efecto no es otro que debilitarte ante tus propios ojos. 

Al reconocer que cualquier ataque que percibes se encuentra en tu mente, y sólo en tu mente, has por fin localizado su origen, y allí donde el ataque tiene su origen, allí mismo tiene que terminar. El miedo y el ataque están inevitablemente interrelacionados así como Los pensamientos de ataque y la invulnerabilidad no pueden aceptarse al unísono, pues se contradicen entre sí.


Cuando estés dispuesto a asumir total responsabilidad por la existencia del ego, habrás dejado a un lado la ira y el ataque, pues éstos surgen como resultado de tu deseo de proyectar sobre otros la responsabilidad de tus propios errores y es ahí se encuentran todas las ilusiones, todos los pensamientos distorsionados, todos los ataques dementes, la furia, la venganza y la traición que se concibieron con el propósito de conservar la culpabilidad, de modo que el mundo pudiese alzarse desde ella y mantenerla oculta.

La vulnerabilidad o la invulnerabilidad, la pequeñez o la grandeza son el resultado de tus propios pensamientos. Nada, excepto tus propios pensamientos, puede atacarte. Nada, excepto tus propios pensamientos, puede hacerte pensar que eres vulnerable. Y nada, excepto tus propios pensamientos, puede probarte que esto no es así.

Sólo dispones de dos alternativas, la pequeñez y la grandeza pero ambas son excluyentes y habrás de elegir una u otra. Pero antes de elegir, has de saber que cuando te lanzas en pos de una ilusión, has elegido al ego y por tanto a la posibilidad del ataque, estás buscando la pequeñez.

Con cada elección, no haces sino una evaluación personal de lo que crees que tu eres. Una falsa imagen de ti mismo ha venido a ocupar el lugar de lo que eres. Al proceder de tu propia decisión de no ser quien eres, es un ataque contra tu propia  identidad. Si eliges pues la pequeñez, la paz se alejará de ti, pues estarás considerándote indigno de ella, y sus sustitutos no pueden sino dejarte insatisfecho, pues solo la grandeza puede darte real satisfacción. 

Recuerda que en todo ataque apelas a tu propia debilidad, mientras que cada vez que perdonas apelas a la fortaleza de Cristo en ti. Y esto se ha logrado en una mente que está firmemente convencida de que la santidad es debilidad y el ataque poder. Tienes miedo de que pueda alejarte completamente de ti mismo y empequeñecerte porque crees que la magnificencia radica en el desafío y la grandeza en el ataque. Si así fuese, el ataque sería la salvación, y ésta es la interpretación del ego, no la de Dios. 

Tienes por tanto una gran responsabilidad para contigo mismo, pues cada decisión que tomas procede de lo que crees ser, y representa el valor que te atribuyes a ti mismo. Si piensas que la pequeñez puede satisfacerte, estarás encadenado a tus propias limitaciones. Tu función no es insignificante, y solo podrás escaparte de la pequeñez hallando tu función y desempeñándola.

Tu función te ha sido dada y en ella radica la grandeza. Tú no tienes que hacer nada, pues la grandeza ya mora en ti. Solo necesitas recordarla, y para recordarla debes mantenerte alerta y evitar los pensamientos de ataque, los juicios, o cualquier otra defensa, que pueda menoscabar tu sentimiento de invulnerabilidad y hacerte percibir como débil y pequeño.

De la elección que hagas ante cada situación, eliges lo que quieres ser, pues la pequeñez y la creencia de que esta te puede satisfacer en alguna medida, son decisiones que tomas con respecto a ti mismo y cada decisión que tomas, contesta a esa pregunta y, por lo tanto, le abre las puertas a la tristeza o a la dicha. 

Ante cualquier ataque de tu hermano, no respondas a su petición de pequeñez y de infierno, sino que piensa que dicho ataque no es sino una petición de amor, una llamada a la grandeza y al Cielo. No te olvides de que su llamamiento es el tuyo y contéstale a través del perdón. De esta manera llevas a juicio al ego, lo declaras inexistente y al escoger no enjuiciar, no culpar, no criticar, evitar la ironía y el sarcasmo, no levantar falso testimonio, no participar de conversaciones negativas, no opinar ni sugerir cuando no te lo han pedido. Estas escogiendo romper las cadenas que atan a tu hermano y a ti mismo. Eliges mostrar tu grandeza y la suya

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