TERCER PASO
Retira la proyección
En el paso uno aprendí a estar en compañía
de mis sentimientos, y sin embargo aún tiendo a pensar que tú eres la causa de
cómo me siento. En el segundo paso aprendí que lo que quiero es amor. Sin embargo,
aún tiendo a recurrir a ti para recibir amor.
Mi viejo hábito es hacerte responsable
de cómo me siento. Mi viejo hábito es pedirte que me soluciones las cosas, o
intentar solucionártelas a ti. Mi viejo hábito es acusarte de no amarme lo suficiente,
y eso sólo es otra manera de intentar hacerte responsable de mi necesidad de
amor.
De modo que mi siguiente movimiento
psicológico es saber que lo que quiero es amor, pero no puede depender de que tú
me lo des. Tal vez me lo darás o tal vez no, pero yo no puedo hacer nada con
respecto a tu elección. Si trato de influir en ti presionándote o haciendo que
te sientas culpable, reduzco la posibilidad de que me ames auténticamente.
Si quiero tu amor, debo dejarte libre.
Debo estar dispuesto a prescindir de él. Debo estar dispuesto a buscar el amor
dentro, no fuera.
Esto suena muy hermoso, pero es mucho más
duro de lo que parece. Significa que tengo que volver a entrar en ese agujero
negro de mi corazón y encontrar la luz que se oculta allí. Debo rebuscar en las
oscuras cavernas de mis heridas para encontrar la pequeña luz de la
autoafirmación que arde en mi interior.
Pensaba que esta cuestión del perdón
sería mucho más fácil. Pensaba que al darme cuenta de que lo que quiero es
amor, lo pediría, y entonces el amor vendría a mí montado en un corcel blanco y
en forma de un príncipe o una princesa. Ahora descubro que esto también es una
ilusión.
Y en cambio se me pide que sea un
minero de carbón, que me ponga el traje protector y descienda a las entrañas de
la tierra para encontrar esa luz que se supone que tengo. No estoy seguro de
que realmente crea que la luz está allí y, si está, no estoy seguro de poder
hallarla. Estaba dispuesto a bajar allí porque había una garantía, pero ahora
que la garantía se ha caído por la borda, ya no estoy seguro de querer bajar.
Pensaba que el descenso se había acabado. Por favor, ¡ten compasión! ¿No podría
saltarme este punto y pasar al siguiente?
¿Te suena familiar?
Si no consigo lo que yo quiero, no
estoy seguro de comprar esta enseñanza. Job tenía el mismo problema, pero a la
inversa. Cada vez que pensaba que ya lo tenía todo en orden y que había
complacido a Dios, se le desmontaba el chiringuito.
Tendemos a buscar confirmación fuera de
nosotros. Y cuando la confirmación no llega, o cuando en su lugar vienen nuevas
pruebas, o bien nos sentimos unos fracasados, o nos creemos unos estúpidos por haber
tenido fe en un poder superior.
Si yo pido amor y tú me amas, pienso
que ya he acabado mi trabajo espiritual. Doy gracias a Dios por la gran bendición
de haber podido completar mi proceso en dos pasos, cuando otros necesitan doce
pasos para completarlo.
¡Quizá ésta sea la razón por la que el
reloj cósmico no siempre está de acuerdo con nuestros planes y deseos
personales! Aún queda trabajo por hacer porque, algún día, todo lo que está
fuera de nosotros no estará ahí para confirmar nuestra experiencia.
Tenemos que conocer la verdad dentro de
nuestro propio corazón. Tenemos que encontrar el amor allí donde comienza, no
donde termina.
De modo que a veces nuestros deseos y planes
se frustran; y, de hecho, quedan hechos añicos. Y todos nuestros objetivos, y
todo lo que creíamos ser, se derrumba ante nuestros ojos. Y nos sentamos allí, como
Job, entumecidos y mudos. «¿Qué quieres de mí, Señor?».
La vieja respuesta era: «Quiero que
reces quince avemarías, que beses cien traseros de elefante y que hagas una
donación a la causa del Señor». Ahora ya no nos lo creemos. ¡Supongo que ya
tenemos demasiados pelos de elefante en la cara!
Después de Ji Jones, Rajneesh, Jim
Baker, Swami Rama y Werner Erhard, ¡por fin nos hemos vuelto un poco escépticos
con las autoridades externas! (Eh, no tengo nada contra estos tipos; ellos
estaban aquí aprendiendo las mismas lecciones que el resto de nosotros).
Antes o después descubrimos que no hay
nadie ahí fuera que tenga la respuesta para nosotros. Pero, hasta que lo
descubramos, tenemos que seguir recibiendo golpes en el tercer ojo, o en la
tercera pierna, según el caso.
De modo que, aunque no me quieras, sigo
estando aquí. En realidad no puedo cambiar eso. Ni siquiera el suicidio puede
cambiar eso porque, dondequiera que esté, yo soy. La forma de mi existencia no
es lo importante. El contenido determina la forma. Y mientras tenga cierta
percepción errónea de la realidad, atraeré una corrección para esa percepción
equivocada.
Ser libre no tiene nada que ver con
abandonar el cuerpo. Ser libre significa soltar lo que no es verdad. Si eso no
puede ocurrir en el cuerpo, entonces no puede ocurrir en ninguna parte, porque
el cuerpo sólo es una forma que viene y va.
De modo que aquí estoy. Y el único modo
de poner mi vida en marcha es aceptándola exactamente tal como es, aceptándome
y aceptándote exactamente tal como somos. Ahí es donde mi corazón se abre. Ése es
el lugar donde comienza el amor.
Cuando retiro mi proyección de ti,
entiendo que lo que me gusta o me disgusta de ti es completamente irrelevante
con relación a lo que he venido a aprender. Si me gustas, pienso que estás aquí
para ser mi pareja y para ayudarme. Si no me gustas, siento que estás aquí para
atormentarme. En realidad estas creencias son la misma creencia, simplemente
son distintos extremos del espectro.
Un movimiento produce deseo. El
siguiente produce miedo. Estos dos, miedo y deseo, van oscilando como un balancín
en nuestra vida. Como la creencia en las relaciones especiales alimenta el
deseo, cualquier tipo de deseo se basa en una percepción de carencia.
Me falta algo, por lo tanto, necesito
que tú me lo proporciones. Ves, esto se basa en el miedo. Y si mis deseos no
quedan satisfechos, me siento herido o me enfado. El ciclo del miedo continúa.
Nos gusta elevar el deseo al nivel
espiritual. Solemos hablar del deseo
de Dios. Eso es un non sequitur, un
falso razonamiento. Dondequiera que haya deseo, hay apego, y ahí no hay sitio
para Él. Dios llega a un asiento vacío, no a uno que ya está ocupado.
La llama prende en nuestro corazón. La
relación con Dios comienza en las profundidades de la soledad y del anhelo. La
conciencia de la presencia de Dios se presenta cuando sabemos que no vamos a hallar
satisfacción fuera de nosotros mismos.
Ves, tengo que llegar a entender que no
hay nada que puedas darme que yo no posea ya. Y no hay nada que puedas
arrebatarme que yo tuviera inicialmente.
Todo lo que me das es ilusión. Todo lo
que me arrebatas es ilusión.
Lo que yo tengo, tú también lo tienes.
Lo que yo no tengo, tú tampoco lo tienes. Ésta es la estructura de la creación
divina. Se basa en la completa igualdad. Cualquier desviación de la igualdad
existencial es una perversión que nosotros hemos introducido.
No podemos volver a estar en armonía
con el plan divino hasta que miremos detrás de nuestras propias ilusiones. Sólo
entonces veremos qué es lo real.
Es un hecho difícil de aceptar pero
tenemos que afrontarlo, de modo que más vale hacerlo cuanto antes, que mi única
relación apropiada con cualquier otro ser humano es una relación de hermandad. Llama
a ese otro ser humano Jesús o llámale Hitler. Uno no es más hermano mío que el
otro.
La parte de mí que condena a Hitler
también me condena a mí, y a todos mis hermanos y hermanas, por nuestros
errores. Este es un gesto que se hace en la ilusión: crear chivos expiatorios,
negar la responsabilidad de llevar nuestra propia oscuridad a la luz.
Y la parte de mí que pone a Jesús en un
pedestal es la que me encuentra inadecuado, y la que encontraría a otros
inadecuados. Creo que porque Jesús atravesó y superó su miedo, yo no tengo que atravesar
el mío. ¡Gran falacia! Como él atravesó y superó su miedo, me mostró que yo soy
capaz de atravesar el mío.
Cuando elevamos o denigramos a otra
persona, hacemos este gesto básico de desigualdad que encubre la verdad. Cuando
pensamos que otra persona tiene la respuesta para nosotros, o creemos que alguien
nos está impidiendo tomar conciencia de nuestro potencial, aceptamos esa ilusión.
Nada de eso es real. Siempre, sólo
estamos tú y yo. Somos iguales, pero no solemos percibirnos de esa manera. Toda
desviación de la igualdad es una danza extraña y a veces intrigante, pero
siempre nos vuelve a poner cara a cara donde estamos ahora.
Finalmente entiendo el punto tres
cuando reconozco que todo depende de mí. Yo soy el canal para el amor en el
mundo. Sólo entonces es respondida mi llamada al amor. Porque, cuando me abro
al amor, lo extiendo, y al extenderlo vuelve a mí.
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