DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

LOS DOCE PASOS DEL PERDON: UNDÉCIMO PASO Mírate en el espejo P.Ferrini




UNDÉCIMO PASO


Mírate en el espejo



Donde quiera que miremos, vemos nuestra propia sombra. A veces nos devuelve la mirada en la mirada de nuestros hermanos. A veces salta delante de nosotros cuando vamos
viento en popa a toda vela.

Nuestras sombras no desaparecen. Se quedan con nosotros.

De algún modo, todo lo que tememos está personificado. Sin embargo, nos pertenece. Todo lo que vemos fuera de nuestro cuerpo/mente confirma una realidad interna.

Si tomas esa realidad interna sin el reflejo externo, lo que tienes es el estado de muerte, un estado de proyección vacía, un estado en el que la interacción es innecesaria, porque las partes de la totalidad ya no están separadas.

Pero, en este mundo, hay un dentro y un fuera. Hay una imagen y un reflejo.

Hay una mente que piensa y una mente que siente. La mente que siente refleja la mente que piensa, porque cada sentimiento es el reflejo de un pensamiento. A menudo resulta difícil separar el sentimiento del pensamiento, porque se siguen el uno al otro muy de cerca.

La totalidad de la psique es un  campo o una serie de estados de pensamiento y de sentimiento intrincadamente entrelazados. Cada campo de conciencia interactúa y se combina con otros, lo que complica todavía más la imagen. Ciertamente es imposible entender las partes componentes o el número de relaciones que hay entre ellas.

Pero lo que sí podemos entender es que, en cualquier momento, lo que vemos fuera de nosotros refleja nuestro campo interno de conciencia, una serie única de constructos de pensamiento y sentimiento. Así, la situación externa es un espejo para nosotros. Mirarse en el espejo puede ser doloroso, pero no es tan doloroso como pretender que el espejo no está ahí.

Cada persona que entra en nuestra vida y nos irrita y nos hace reaccionar, no es sino una personificación de nuestra propia sombra. No tienen un significado objetivo en nuestra vida. Frecuentemente le devolvemos el favor, y también le irritamos y le hacemos reaccionar. Nuestra interacción es totalmente subjetiva. Es la relación de una sombra con otra.

Sólo cuando una persona despierta y entiende que toda la interacción tiene que ver con su propia sombra —lo que ella odia, lo que no puede aceptar, o lo que teme de sí misma— se detiene el proceso de reflejo. Esa conciencia retira el gancho, destruye la proyección. Este tipo de interacciones no puede continuar a menos que haya un acuerdo (generalmente inconsciente) por ambas partes.

No miramos al espejo para aprender a odiarnos a nosotros mismos, sino para aprender a reconocer nuestros juicios reprimidos. Estos juicios sabotean nuestra capacidad de sentirnos plenos por nosotros mismos o en relación con los demás. Así, el descenso a la oscuridad de nuestra propia psique es esencial en nuestro proceso de curación. Sin el descenso, no podemos convertirnos en portadores de luz.

Lo interesante es que este descenso a la oscuridad y el subsiguiente ascenso a la luz no se producen de una manera lineal. Es un viaje cíclico. Primero afronto algún miedo previamente negado, lo saco a la luz, y después otro sale a la superficie. ¿Te suena familiar? A cada victoria le sigue un nuevo reto.

Nos hacemos un flaco favor a nosotros mismos cuando miramos nuestro proceso espiritual con los ojos del mundo o del ego. Tanto  desde la perspectiva del ego como desde la perspectiva del mundo, somos unos miserables fracasados.
El pensamiento lineal, consecutivo y orientado hacia la tarea no puede penetrar en el significado de los procesos cíclicos. Sólo la mente que siente e intuye comprende los conceptos de polaridad y cambio.

Colectivamente, las tradiciones orientales se sienten más cómodas con la mente que siente. Ciertamente la tradición taoísta, de la que vienen el I Ching, el Tao Te Ching y otras obras maestras de la espiritualidad, nos ofrece las comprensiones más profundas sobre el proceso de cambio.

Para los taoístas, todo es energía en movimiento. Incluso las ideas que parecen haber alcanzado su punto álgido o nadir se reciclan, lo que las hace moverse hacia el polo opuesto.
Para la mente oriental, la vida es un péndulo que viene y va; no es un viaje lineal en una sola dirección.

Esta perspectiva nos ayuda a entender que nuestro progreso espiritual no puede medirse por el número de lecciones que recibimos, ni siquiera por la cantidad de lecciones aprendidas, sino por nuestra disposición a mirar dentro del espejo que tenemos delante. Un Curso de Milagros dice que esta pequeña dosis de buena voluntad es suficiente.

En este sentido, cada vez que estamos preparados, abarcamos todas nuestras lecciones simultáneamente. Cada vez que abrimos nuestros corazones, saboreamos la sensación de estar verdaderamente abiertos.

De modo que cada lección ensancha y profundiza la conciencia. Cada lección estira la mente más allá de sus límites conceptuales, y estira el corazón más allá de sus límites emocionales. Es el proceso de traer material inconsciente a la conciencia, de curar las heridas del pasado y descubrir una nueva fe y confianza.

El éxito nos lleva a un nuevo desafío. El fracaso nos brinda la oportunidad de elegir de nuevo. En esto no hay absolutamente ningún juicio implicado.

Los procesos subjetivos no tienen un comienzo ni un final en el tiempo. Esto es algo que nos cuesta entender y aceptar. Pero es esencial ser conscientes de ello si queremos mirar en el espejo una y otra vez sin desanimarnos ni deprimirnos. Después de haber mirado en el espejo durante el tiempo suficiente, todos adquirimos un sentido del humor cósmico. Ya no tratamos de ser perfectos, ni intentamos hacer todo el trabajo de una vez. Nos contentamos con lo que la vida nos trae. El simple hecho de lidiar con lo que surge, sin crucificarnos ni crucificar a otros, es reto suficiente.

Y somos suficientemente inteligentes, y tenemos la suficiente experiencia, como para saber que de vez en cuando vamos a meter la pata. Me refiero a que vamos a olvidar completamente lo que hemos aprendido y vamos a hacer la cosa más estúpida que podamos imaginar. Nuestros peores temores se harán realidad. Vamos a sentirnos avergonzados, iracundos, vueltos del revés. Y, de algún modo, sobreviviremos a eso. E incluso tal vez lleguemos a verlo como un regalo.

Y es entonces cuando realmente sabemos que el viaje da vueltas y más vueltas. Y sabemos que estamos bien, independientemente de dónde parecemos estar o de lo que parece estar ocurriendo. Esto nos lleva al último paso, que a estas alturas ya deberíamos saber que también es el primero.



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