DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

LOS DOCE PASOS DEL PERDON: Cuarta piedra angular RECUERDA EL AMOR DE DIOS P. Ferrini




Cuarta piedra angular


RECUERDA EL AMOR DE DIOS



Siempre hay sucesos y circunstancias que nos ocurren en la vida y nos dejan anonadados, nos derrumban, nos incomodan. Perdemos un trabajo, o alguien muere, o una relación acaba. Y nos sentimos atacados, decepcionados, descorazonados. Sentimos que hemos fracasado.

Cada suceso aparentemente negativo que nos ocurre en la vida toca en primer lugar nuestra culpabilidad. Y antes de que nos demos cuenta, nos hemos hundido en un agujero negro emocional. En ese agujero nos sentimos indignos. Dios no nos ama. No les importamos a los demás. Y nuestras vidas están vacías y no tienen significado.

¿Quién no ha estado en este lugar?

Éste no es únicamente el lugar de las expectativas insatisfechas, también es el lugar del dolor existencial, donde nos sentimos expulsados del jardín, donde las lágrimas fluyen y rebosan, en la sombra de lo que podría haber sido. Éste es el lugar de nuestras heridas colectivas.

No lo sabemos, pero sentimos la pena de haber perdido la intimidad con lo divino. Nuestra conexión con nuestra Madre/Padre se ha vuelto tenue y esquiva. Cuanto más tratamos de dirigir nuestras vidas, nuestros sentimientos de separación se intensifican. Nuestra fragmentación aumenta en la medida que nos enfocamos en la parte de nuestra vida que parece vacía.

Desde nuestra soledad, gritamos, sin esperar ser oídos. Y, sin embargo, es precisamente en este lugar de la herida y de un extraño silencio donde nuestra Madre/Padre se dirige a nosotros. Venimos vacíos, dispuestos a escuchar. Hemos venido con humildad y tendiendo la mano. Hemos venido esperando en contra de toda esperanza. Hemos venido sabiendo que aquí debe haber algo, pero sin saber qué es.

Si no has estado en este lugar, no te lo puedo describir. Si has estado en este lugar, y no has sentido que algo se agitaba por dentro, cierta calidez y batir de alas en medio del dolor, entonces no puedo ayudarte.

Éste es un lugar que cada uno de nosotros debe encontrar por sí solo. Ésta es la habitación de la que nadie sale sin ser transformado.

Desde este lugar de desolación, nuestras alas se reparan. Las viejas penas se purgan. La culpabilidad se vacía de su copa sin fondo. La oscuridad del amanecer es devuelta a la medianoche. La mancha de sangre de la herida que sella el corazón puede verse sobre la piel. Aparece un cuerpo sobre la cruz vacía.

El hombre y la mujer no vienen a esta tierra a sufrir, sino a abandonar el sufrimiento. Algunos creen que esto puede hacerse a través de la negación. Deben averiguar que eso es imposible.

La ruta hacia la alegría atraviesa el sufrimiento. Uno se tropieza inesperadamente con la única herramienta que se le ofrece en el viaje. Al principio, uno no comprende que es una herramienta.

En mi dolor, encuentro perdón. En mi dolor, encuentro el amor de Dios. Esto no ocurre hasta que yo lo permito. Es posible que me lleve mucho tiempo. Pero, cuando extiendo mi mano, veo que la liberación es posible. Cuando abro mi corazón a la presencia que no puedo ver, siento que se une a mí. Siento que me ayuda a ponerme de pie. Siento que se alza y camina conmigo, y me guía en mi viaje.

Algunos nunca encuentran la herramienta. No dan a los demás lo que los demás deben aprender para dárselo a ellos. Y retienen de ellos mismos lo que deben aprender para poder dárselo a los demás. Se miran en el espejo sin reconocer la imagen que les mira de vuelta. Rompen el vaso y usan los cristales para cortar sus ataduras y salir corriendo.

Pero la libertad no puede conseguirse a zarpazos. Por cada zarpa hay un ala, apenas recordada, un ala que espera ser puesta a prueba en la soledad del corazón. Cada alma tiene una cita con Dios.

Desde el momento en que se produce el encuentro, por fin sabemos que no estamos solos. Sabemos que todo el dolor, toda la separación, toda la culpabilidad y la vergüenza son una ilusión. Sabemos que somos amados y que nunca hubo una ocasión en que no lo fuéramos.

Entonces nos alejamos de la intensidad de ese momento. Nuestras vidas vuelven a ser más previsibles. Nuestra visión se estrecha. Retiramos la mano que teníamos tendida. Nuestra atención va de aquí para allá. Estamos inquietos. Estamos aburridos. Tenemos que superar otra crisis. Necesitamos correr riesgos para poder volver a caernos al suelo.

No tenemos por qué desplegar esta farsa. Pero lo hacemos. Nuestra pequeña dosis de buena voluntad está adherida a nuestro dolor. Sin nuestro dolor, no podemos rendirnos. Sin dolor no podemos recordar que nos resulta imposible controlar nada en la vida. Si no somos tocados en lo profundo de nosotros mismos, seguimos creyendo que estamos al cargo y que sabemos lo que estamos haciendo.

Evidentemente, no hay nada más alejado de la verdad. Ésta es la lección de nuestro dolor y sufrimiento. Ésta es la lección de la ilusión. Parece que tenemos el control, pero no lo tenemos. Creemos que sabemos lo que necesitamos, pero no lo sabemos.

Todo aquello por lo que luchamos, todo lo que percibimos, está lleno del vacío que llevamos a ello. Buscamos la plenitud, pero nunca la encontramos, porque no existe aparte de nosotros. Y no forma parte de la mentalidad de nuestro ego. No forma parte de la búsqueda y de las leyes de la búsqueda. No obedece las leyes del vacío.

¿Empiezas a entender? Cada pérdida, cada dolor, nos lleva a ese lugar de vacío interno donde Dios habita y nos espera. Si lo llenáramos, Ella/Él siempre aplazaría el encuentro. Cualquier adicción, expectativa o sistema de creencias se interpone entre Dios y nosotros, y se apodera del lugar de silencio. Para estar con Dios, tenemos que ir con las manos vacías, sin pensamientos, al lugar donde podemos escuchar y estar. Con el tiempo, llegamos a entender que esto es así. Y llegamos a entender que no es un lugar externo, sino un lugar interno.

No es una sala de meditación ni una iglesia, sino un instante de tiempo, santificado por nuestra intención. Se abre cuando se lo permitimos, cuando estamos molestos y pedimos ayuda. Cuando estamos desencajados de la rutina, expulsados, vueltos del revés, y preparados para recibir ayuda; el templo está preparado.

En el momento de nuestro torbellino emocional, cuando hemos perdido la paz, por la razón que fuera, sólo tenemos que dejarlo todo atrás y entrar. Tenemos que dejar atrás los pensamientos de juicio, la tentación de evaluar o de dar significado a lo que vemos Tenemos que dejar atrás lo que percibimos y entrar.

Porque nada de lo que vemos significa nada, hemos dado a todas las cosas el significado que tienen para nosotros. Pensamos que sabemos lo que son, pero no lo sabemos. Pensamos que sabemos quiénes somos, pero no lo sabemos. No sabemos nada. No sabemos. Desnudos, entramos en el corazón. Con las manos vacías y sin pensamientos, entramos en el lugar de los silencios.

Vivir en la conciencia del amor de Dios significa llegar a entender y aceptar nuestra completa incapacidad de entender cualquier cosa por nosotros mismos. Significa renunciar a nuestra necesidad de conocer o controlar. Significa aprender a confiar en que todo lo que nos ocurre tiene una razón, aunque no podamos verla. Todo lo que entra en mi vida trae una bendición silenciosa, aunque yo no pueda sentirla.

Cuando estoy herido, déjame recordar el amor de Dios. No permitas que evalúe, o juzgue, o piense que sé por qué. No me dejes atacar o defenderme, negar o justificar. Simplemente, déjame recordar el amor de Dios.

Eso es todo lo que necesito. Eso es todo lo que hay.

En lugar de la ilusión, déjame encontrar esta simple verdad. Ante el poder del amor de Dios en mí, todo lo demás palidece. Todo lo que espero es insignificante ante este amor omnipenetrante que nos atraviesa a ti y a mí, y a todo el que se abre a él.

En lugar de juegos de poder, déjame rendirme a esta simple verdad. Dios nos ama igualmente a ti y a mí. Entonces, ¿cómo podría haber victoria o derrota para cualquiera de nosotros? En lugar de los juegos de culpabilidad, déjame recordar que soy inocente, y tú también. Cualquier cosa que te haya hecho, cualquier cosa que me hayas hecho, queda perdonada. Ciertamente, a los ojos de Dios, nunca existió. No es sino la ilusión de nuestra obra de teatro.

Ataque, asesinato, violación, abusos de cualquier tipo, ¿crees que Dios entiende de estas cosas? ¿Crees que estos actos de desesperación son reales para el Rey del Amor?

Si fuera así, Él respondería vengándose, lloviendo fuego y destrozando la carne, castigándonos por nuestros pecados. Pero, al hacerlo, dejaría de ser el Dios del amor. La Verdad se volvería relativa. La violencia sería un atributo de Dios, y por tanto se convertiría en nuestra herencia.

¿Somos los hijos de un Dios iracundo? Si es así, no seremos salvados de este valle de lágrimas. Si es así, lo único que hay es la ilusión.

Lo que crees sobre Dios es lo que crees sobre tu hermano y tu hermana. Debemos ver esto con claridad.

Si pones el mal por encima de ti y le das la forma de Dios, entonces también lo pones por debajo de ti en forma de pecado, culpa y vergüenza, y te lo encuentras en todos los rostros que ves al caminar por la vida.

¿Quieres caminar con el bien o con el mal? ¿Cuál es tu elección? Una elección confirma la ilusión. La otra atraviesa el velo y te lleva a la verdad.

Vivir en la conciencia del amor de Dios es entender que nunca te ha ocurrido nada malo, porque, ¿cómo le podría ocurrir algo malo al hijo o a la hija de Dios? En verdad, eso no es posible.

Ocurren cosas que parecen malas, pero yo no sé qué significan. No soy capaz de juzgarlas. Soy inocente y libre. Porque el que sabe me guía a lo largo de este día, de esta hora, de este momento de lágrimas o de pena silenciosa.

Parece ocurrir algo malo y descubro que quiero asumir la culpa o cargártela a ti, pero veo que sólo es mi mente la que está en piloto automático, tratando de evaluar lo que no es ni bueno ni malo. De modo que simplemente lo dejo ser. No lo niego. No lo justifico. Simplemente dejo que todo sea tal como es. Y digo: «Muéstrame el camino de vuelta a casa. He perdido la paz».

Mi vida es una oración que pide paz. Mi vida es una oración que pide verdad. En la aparente ausencia de amor, pido amor sin avergonzarme. Porque amor es lo que quiero y amores lo que necesito.

Seamos benditos cada uno de nosotros, que caminamos lentamente hacia la luz. A través de lugares oscuros, caminamos. A través de nuestro dolor, caminamos. A través de nuestra pena y de nuestra vergüenza y de nuestro sufrimiento, caminamos.

Este es nuestro viaje a través de la oscuridad. Nos aproximamos al momento de la primera luz confiando en lo que la llama a ser. El Amante llama a la Amada, y la Amada aparece. La Amada aparece, y nos carga a la espalda, y junto a ella está nuestro Padre, el portador de la luz, que abre el camino que nos saca de la oscuridad.

Los errores tardan, pero acaban atrayendo el perdón. La marea de la aceptación y el amor acaba lavando la mancha. Éste es el viaje sin distancia, el viaje sin principio ni fin. Porque el amor no condena, sino que nos recuerda que siempre hemos sido libres. Libres de aprender y libres de perdonar.

No es el caparazón externo lo que importa, sino lo que hay dentro. Y dentro de la forma hay un delicada presencia que dice: «Éste es mi hijo o hija en quien tengo puesta mi complacencia». Dentro de la forma está el amor incondicional que mantiene el universo en su lugar, el amor que hace que las flores se desplieguen en la brisa primaveral y que las olas lleguen continuamente a la orilla. Dentro de la forma está lo que se extiende a través de ella, como una respiración, respirándonos, amándonos, haciendo que nos rindamos a ello.

Sólo hay una flor, un océano, un pensamiento. Y todos pertenecemos a él, ahora y siempre. Recordémoslo.

Recordemos.


Namaste.







PAUL FERRINI, es autor de más de 40 libros sobre el amor, la sanación y el perdón. Su combinación única de espiritualidad y psicología va más allá de la autoayuda y la recuperación hasta el núcleo mismo de la curación. Sus conferencias,retiros y Proceso de Grupos de Afinidad han ayudado a miles de personas a profundizar en su práctica del perdón y a abrir sus corazones a la divina presencia en sí mismos y en los demás.

Para más información sobre el trabajo de Paul, visita la página web: www.paulferrini.com. Contiene muchos extractos de los libros de Paul, así como información sobre sus talleres y retiros.

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