DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

EL PERDON ES UN PENSAMIENTO DE LIBERACION por Georgina Arteaga



Kenneth Wapnick en el apartado del glosario de su libro Una Introducción Básica  a Un Curso en Milagros.1993, nos da la visión de lo que es el verdadero perdón, ya que generalmente lo que conocemos como perdón para Un Curso de Milagros® es el falso perdón.

Nuestra función especial la cual cambia la percepción de otro como "enemigo" (odio especial) o como "ídolo salvador" (amor especial) a una percepción de hermano o amigo y le quita todas las proyecciones de culpa. La expresión del milagro o visión del Cristo que ve toda la gente unida en la Filiación de Dios y que mira más allá de las diferencias aparentes que reflejan la separación y entonces percibir el pecado hace imposible el verdadero perdón. El perdón reconoce que lo que pensamos que nos hicieron realmente nos lo hicimos nosotros mismos, pues solo nosotros podemos privarnos de la paz de Dios, por lo tanto, perdonamos a los demás por lo que NO nos han hecho, no por lo que nos hicieron. El perdón es el medio que lleva a Dios y que permite alcanzarle, mas es algo ajeno a Él. Una manera en la que los que nos saben pueden salvar la brecha entre la percepción y la verdad. 


Cuando solo establecemos relaciones especiales de amor, hasta cierto punto es entendible que el proceso de perdonar se nos torne difícil de aceptar en nuestra mente, ya que el primer cuestionamiento para poder otorgar el perdón que nos haremos es: ¿cómo es posible que alguien en quien he confiado tanto, en quien he depositado todo mi amor, con quien he vivido una relación “tan especial”, pueda ser capaz de herirme, de hacerme sentir tan vacía y desesperada, de causarme tanto sufrimiento? Es en este momento en que la relación especial de amor se transforma en una relación especial de odio, de ira contenida. Pero podemos liberarnos de todo este sentimiento a través del perdón.


El perdón libera el miedo y la culpa, da libertad, poder, amor y paz. El perdón pone un destello de luz en tus ojos al despertar y te infunde júbilo con el que hacer frente al día. Perdona y veras de otra forma y recobrarás tu libertad. Perdonar es solamente no juzgar. Cuando el pensamiento de perdón fluye a nuestra mente, cuando tomamos la decisión de perdonarnos y perdonar, se experimenta una libertad, una paz y felicidad nunca antes vivida. Nos liberamos al deshacer ataduras que por años hemos mantenido con nuestros viejos pensamientos cargados con las emociones de las lecciones aprendidas en el pasado. Cada instante que perdonamos nos ofrece un regalo de vida, nos proporciona un caminar seguro, un día lleno de rayos de luz que nos envuelven con tibieza y dulzura, sentimos, experimentamos y compartimos el Amor de Dios que habita en nuestro corazón y nos brinda la oportunidad de compartir este Amor.

El alimento nutriente más importante que logramos obtener cuando perdonamos, es el de liberarnos de los pensamientos de culpabilidad, tanto los que ya están situados en el ámbito inconsciente en nuestra mente, como los nuevos que adquirimos. Porque lo fácil sería no perdonar y a la vez no sentirnos culpables, no sentir que hemos perdido nuestra libertad, nuestra paz interior y nuestra felicidad en la vida. Perdonar nos ayuda a recobrar nuestra fuerza, nuestro poder, nos apoya para encontrar el Cristo que vive en nosotros.

Perdonar no es otra cosa que recordar únicamente los pensamientos amorosos que diste en el pasado y aquellos que se te dieron a ti. Todo lo demás debe olvidarse. El perdón es una forma selectiva de recordar que no se basa en tu propia selección...Procura estar dispuesto a perdonar al Hijo de Dios por lo que él no hizo. Las tenebrosas figuras son los testigos que traes contigo para demostrar que el Hijo de Dios hizo lo que no hizo...Representan el mal que crees que se te infligió. Las traes contigo solo para devolver mal por mal, con la esperanza de que su testimonio te permita pensar que otro es culpable sin que ello te afecte a ti.” (T.17.III.1)

El proceso de perdonar es algo difícil de entender para muchas personas y esto es debido a que se parte de premisas un tanto cuanto falsas. Una de estas premisas es que la otra parte es observada siempre como el enemigo del cual hemos sido víctimas de sus ataques y es la parte causante del malestar, de las heridas, el dolor y el sufrimiento que nos invade en ese momento. El perdón observado desde Un Curso de Milagros® hace un planteamiento un tanto diferente, nos recuerda que es el reconocimiento y conciencia de que nadie nos hizo nada, porque todo nos lo hicimos nosotros, porque nosotros buscamos y encontramos a las personas con las cuales dañarnos. Otro de los obstáculos que impide la decisión de perdonar es que generalmente pensamos que el hacerlo es pasar por alto o negar lo que pasó, es quedarnos pasivamente a esperar que se vuelva a repetir el evento o, en el peor de los casos, que debemos permanecer al lado de aquellos seres que consideramos que nos han dañado.

Perdonar no es permitir conductas dañinas, ya que podemos perdonar y aún así, no permitirlas. Tampoco es olvidar lo sucedido, sino dejar atrás la inmensa carga emocional que esto implica. En este proceso no está incluido que vamos a convivir con quienes pensamos que nos han maltratado, que vamos ir a abrazar a quien nos ha rechazado o, que los criminales van a andar sueltos por la calle. El perdón solo es un cambio interno, es cambiar nuestra percepción errada de los demás, ver más allá de las apariencias para poder descubrir en todo ser humano la esencia que nos une con Dios, es recobrar nuestra libertad y alcanzar nuestra paz interior. 

En la mayoría de las ocasiones, cuando alguien nos dice que hay que perdonar, en nuestra mente surgen algunos recuerdos de eventos, de situaciones desagradables del pasado y nuestra reacción es decir “no tengo nada que perdonar”, pero sabemos en nuestro interior que esto no es totalmente cierto. Cuando perdonamos no requerimos que los demás cambien, no invertimos nuestra energía en buscar el cambio en el exterior, por el contrario, la invertimos en nuestro propio proceso de cambio. Porque cuando queremos que el exterior cambie nos limitamos, perdemos nuestra libertad, nuestra paz y felicidad, las condicionamos éstas a situaciones y decisiones externas a nosotros mismos.

La cosa cambia cuando observamos las situaciones y a las personas bajo una mirada diferente a la que el ego maneja, cuando podemos reconocer que el perdón empieza hacia uno mismo, es decir, nos lo otorgamos primero a nosotros mismos, en un reconocimiento de que ambas partes requerimos ayuda, ambas partes guardamos un pensamiento inconsciente de miedo y de culpa y una actitud de proyección que requiere en las dos partes ser sanada, porque ambas partes cometimos un error de decisión en su momento. No hay culpables, no existen víctimas ni victimarios, solo responsables de decisiones erróneas, mismas que pueden ser corregidas.

Se piensa que perdonar es olvidar lo que sucedió, es hacer a un lado el evento en el que hemos participado, es pensar y de paso lo expresamos, “vamos a hacer como que no ha pasado nada” y esto es un error. Perdonar no es olvidar lo que aconteció en el pasado, porque además sí pasó. Perdonar es poder observar lo acontecido desde un ángulo diferente, un ángulo desde el que exploramos qué aprendimos, qué nuevas decisiones tomamos para ya no lastimarnos, ya no herirnos y con qué nueva visión de vida continuaremos caminando. Esta visión representa hacernos responsables de nuestros pensamientos y decisiones, de cada elección que hacemos, de qué tanto amor queremos ofrecernos y compartir con otros seres que nos acompañan en el camino.

Todas las personas que atraemos a nuestras vidas participan en nuestra curación del pensamiento de culpa, de desamor y juicio proveniente del pasado. En cada relación cada uno de nosotros es maestro y discípulo a la vez, estamos dentro del plan de aprendizaje de la lección del perdón. Las lecciones son enseñadas a través de nuestras relaciones, las cuales, si así lo permitimos, son reinterpretadas por nuestro Maestro el Espíritu Santo y siempre se presentan éstas en el momento más oportuno, cuando más preparados estamos para continuar nuestro camino espiritual y de toma de conciencia, cuando más cerca estamos de sanar viejas heridas, antiguas grabaciones erróneas. Todas y cada una de las personas con quienes nos encontramos y relacionamos nos ofrecen la oportunidad de elegir entre la proyección o el perdón, entre la separación o la Unidad.

Perdonar no es olvidar el evento, es solo observar el evento desde otra perspectiva, una en la que no pedimos que cambie nada externo a nosotros, sino algo que está en nuestro interior, en nuestro pensamiento lleno de mensajes erróneos. Para que el proceso sea observado diferente necesitamos llegar al punto de que estamos molestos o heridos porque inconscientemente queremos estarlo, porque así lo hemos decidido cada uno de nosotros, pero nadie allá afuera es nuestro enemigo, necesitamos reconocer en nuestra mente y en nuestro corazón que el problema, la causa de nuestro sentir, no es todo lo malo que pensamos nos han hecho, sino la forma en que hemos decidido observar y existir y que el modificar este malestar está en uno mismo. Que se requiere reconocer que es el pensamiento de culpa oculta en la mente lo que no permite la relación de Unidad con Dios y Sus Creaciones, es decir, lo que origina la separación. Es decidir por la búsqueda de una perspectiva vital más suave, más tierna, en la que perdonar el pasado es un paso importante para experimentar el milagro del amor y la libertad que éste nos proporciona.

Lo único real del pasado es el amor que recibimos y el amor que dimos en ese momento, todo lo demás es ilusorio, ya que el pasado es una idea que tenemos en nuestra mente. Entregar el pasado al Espíritu Santo es pedir que en nuestra mente solo queden pensamientos de amor y que todos los de culpa y miedo, los de dolor y resentimiento, de ira y de odio desaparezcan. Al entregar el pasado lleno de grabaciones erróneas de culpa, vergüenza, desamor, rechazo y resentimiento, nos liberemos de los miedos que bloquean el amor que llevamos dentro, liberamos el presente y aseguramos un futuro de paz, felicidad y amor. Nos convertimos en instrumentos de Dios que es Amor.

El plan del perdón del Espíritu Santo es observar el evento de otra manera, es mirar más allá del error del otro, es no aceptar como verdadero lo que nuestra percepción errónea ve, es distinguir lo falso de la actitud de los cuerpos. Por el contrario, el plan del perdón del ego consiste en que primero veamos el error clara y detalladamente, que lo desmenucemos y luego tratemos de pasarlo por alto o lo neguemos. El problema en esto es que, cómo pasar por alto algo a lo que primero le dimos valor y realidad.

Si observamos el concepto de perdón a través de diversas religiones, encontraremos que en todas ellas se plantea que no tenemos un acceso directo a la Luz de Dios, a Su Energía Divina, que este acceso solo lo tienen aquellas personas observadas o presentadas como Sus representantes, lo cual anula toda posibilidad de acercamiento a Él. Lo que no recordamos en este proceso es que Dios no ve culpas a perdonar, no observa pecados en Su Hijo, no hace juicios sobre él, por lo cual no castiga, solo ama. Pensar que es Él Quien castiga es una idea fácil de experimentar, porque de esta manera no tenemos que hacernos totalmente responsables de nuestros pensamientos y decisiones, le transferimos la responsabilidad a Él.

Desde esta visión del Curso perdonar nos salva y nos regresa a la paz en la que fuimos creados, nos libera del miedo y la culpa, nos permite experimentar el amor y el regreso a la Fuente Creadora, ya que como presenta:

La mente que no perdona vive atemorizada y no le da margen al amor para ser lo que es, ni para que pueda desplegar sus alas en paz...La mente que no perdona está triste, sin esperanza de poder hallar alivio o liberarse del dolor...La mente que no perdona vive atormentada por la duda, confundida con respecto así misma, así como con respecto a todo lo que ve...La mente que no perdona es débil y presumida, tan temerosa de seguir adelante, como de quedarse donde está...Tiene miedo también de cada sonido que oye, pero todavía más del silencio; la oscuridad la aterra todavía más...La mente que no perdona no ve errores, sino pecados...Desea vivir, sin embargo anhela estar muerta. Desea el perdón, sin embargo ha perdido toda esperanza...La mente que no perdona vive desesperada, sin la menor esperanza de que el futuro pueda ofrecerle nada que no sea desesperación...La mente que no perdona no cree que dar y recibir es lo mismo. (L.121)

Para poder modificar nuestra visión es necesario que primero tengamos claro en nuestra mente y en nuestro corazón lo que es el verdadero perdón, porque generalmente tenemos una visión errónea de él. Estamos acostumbrados a partir de la base de “me hiciste, me lastimaste” y desde ahí el perdón no se presenta en nuestro pensamiento y si se llega a presentar va a estar manejado como lo que se llamaría el falso perdón.

Un Curso de Milagros® nos presenta de esta manera lo que es el falso perdón:

¿Quién que haya sido herido por su hermano podría amarlo aún y confiar en él? Pues su hermano lo atacó y lo volverá a hacer... Tal vez perdonarlo sea un acto de caridad, pero no es algo que él se merezca. Se le puede compadecer por su culpabilidad, pero no puede ser eximido. Y si le perdonas sus transgresiones, no haces sino añadir otro fardo más a la culpabilidad que realmente ya ha acumulado. Los que no han sanado no pueden perdonar. Pues son los testigos de que el perdón es injusto... No obstante nadie puede perdonar un pecado que considere real. Y lo que tiene consecuencias tiene que ser real porque lo que ha hecho está ahí a la vista...El perdón no es piedad, la cual no hace sino tratar de perdonar lo que cree que es verdad. No se puede devolver bondad por maldad, pues el perdón no establece primero que el pecado sea real para luego perdonarlo. Nadie que esté hablando en serio diría: ‘Hermano, me has herido. Sin embargo, puesto que de los dos yo soy el mejor, te perdono por el dolor que me has ocasionado’. Perdonarle y seguir sintiendo dolor es imposible, pues ambas cosas no pueden coexistir. Una niega a la otra y hace que sea falsa. Ser testigo del pecado y al mismo tiempo perdonarlo es una paradoja que la razón no puede concebir. Pues afirma que lo que se te ha hecho no merece perdón. Y si lo concedes, eres clemente con tu hermano, pero conservas la prueba de que él no es realmente inocente... El perdón no es real a menos que os brinde curación a tu hermano y a ti. (T.27.II)

El verdadero perdón a los demás parte realmente del perdón a uno mismo, ya que es un pensamiento de culpabilidad que guardamos sobre nosotros mismos lo que vemos proyectado en otros. No perdonamos a los demás por lo que han pensado o han hecho, nos perdonamos a nosotros mismos por lo que hemos pensado o hemos hecho. Es solo bajo esta perspectiva que es posible deshacer el error de culpar a otros por nuestros errores de decisión y así poder observar que cada relación nos brinda la oportunidad de aprender una lección de perdón, que cada persona con quien nos encontramos nos ofrece la oportunidad de elegir entre la proyección o el perdón, entre la separación o la Unidad, entre el miedo o el amor incondicional.
  
Un Curso de Milagros® lo presenta de esta manera:  

Siempre que estás con un hermano, estás aprendiendo lo que eres, porque estás enseñando lo que eres. Tu hermano reaccionará con dolor o con alegría... Será aprisionado o liberado de acuerdo con tu decisión, al igual que tu. Nunca olvides la responsabilidad que tienes hacia él, ya que es la misma responsabilidad que tienes hacia ti mismo. Concédele el lugar que le corresponde en el Reino y tu ocuparás el tuyo. (T.8.III.5)

El proceso de perdonarse a sí mismo no es tarea fácil, mas bien es una de las tareas más difíciles que podemos enfrentar, nos saca de nuestra zona de confort en la que hemos permanecido y de la cual no queremos movernos, no queremos revisarnos porque nos da miedo lo que vamos a descubrir en nuestra mente, nos da miedo explorar nuestras emociones. Generalmente cuando decidimos observarnos lo hacemos erróneamente, lo hacemos  partiendo de sentirnos culpables y enjuiciándonos o bien de sentir que alguien nos ha negado algo, nos ha quitado algo que queríamos y consideramos que es esto en sí lo que nos hace sentirnos mal y, bajo esta perspectiva, el perdonarse a uno mismo puede ser doloroso, angustiante, porque lo queremos hacer bajo una perspectiva de elementos aprendidos en el pasado, de mensajes recibidos durante mucho tiempo.

Sin embargo, si la revisión la hacemos sin soltarnos de la mano del Espíritu Santo, si le entregamos a Él nuestros pensamientos y eventos que en ese específico momento estamos viviendo y experimentando, si la revisión la hacemos con humildad, con total responsabilidad, con compasión y paciencia, sin juzgarnos y solo observando nuestros pensamientos para poder encontrar qué fue lo que nos sacó de nuestra paz y nos transportó a un pensamiento de desamor, encontraremos que fueron reminiscencias de una experiencia de desamor proveniente del pasado que aun no hemos liberado, que el evento presente solo ha sido un detonador.

El perdón es la única herramienta de que disponemos para liberarnos del pasado, de las emociones que hemos acumulado desde ese pasado en el cual se formaron las ideas erróneas que nos han atado a través de los años. Sin embargo ese pasado puede ser modificado en el presente proporcionándonos una liberación en el futuro, ya que somos lo que pensamos, son solo nuestros pensamientos los que nos atan, los que nos limitan, son estos pensamientos los que generan el que nos neguemos la felicidad.

El perdón es lo que nos libera totalmente del tiempo y lo que nos permite aprender que el pasado ya pasó... Lo que no se ha perdonado es una voz que llama desde un pasado que ya pasó para siempre. Y lo único que lo considera real es el deseo de que lo que ya pasó pueda volver a ser real y verse aquí y ahora, en lugar de lo que realmente se encuentra aquí y ahora. (T.26.V.6:1; 8:1-2)

Son esos mensajes equivocados que aprendimos en el pasado los que generan que en este presente que vivimos y que es lo único real que tenemos, nos privemos del gozo del perdón, del amor incondicional y con ello, de la felicidad y la paz. Son realmente nuestros pensamientos de juicio los que nos limitan, es desde nuestro pensamiento que nos enjuiciamos y enjuiciamos a los demás. Nos estamos negando la experiencia de vivir felices cuando nos enjuiciamos y no podemos perdonarnos y cuando enjuiciamos y no perdonamos a otras personas.

Un pensamiento que no perdona es aquel que emite un juicio que no pone en duda a pesar de que es falso. La mente se ha cerrado y no puede liberarse. Dicho pensamiento protege la proyección... Persigue su objetivo frenéticamente, retorciendo y volcando todo aquello que cree que se interpone en su camino... Se dedica con furia a arrasar la realidad... El que no perdona se ve obligado a juzgar, pues tiene que justificar el no haber perdonado. (L.2ª.Parte.1)

El perdón en cambio, es tranquilo y sosegado y no hace nada. No ofende ningún aspecto de la realidad ni busca tergiversarla para que adquiera apariencias que a él le gusten. Simplemente observa, espera y no juzga... aquel que ha de perdonarse a sí mismo debe aprender a darle la bienvenida a la verdad exactamente como ésta es... No hagas nada, pues y deja que el perdón te muestre lo que debes hacer a través de Aquel que es tu Guía, tu Salvador y Protector, Quien lleno de esperanza, está seguro de que finalmente triunfarás. Él ya te ha perdonado, pues esa es la función que Dios le encomendó. (L.2ª.Parte.1)

El perdón no se pide a Dios ya que Él jamás ha condenado a Su Hijo. El perdón se pide y se otorga a uno mismo por todo lo que pensamos que hicimos y que dejamos de hacer, por los pensamientos de desamor que hemos mantenido hacia nosotros y hacia los demás.  Es a través de este pensamiento permanente de perdón y amor que podemos volver a empezar, es la herramienta, el mecanismo que abre el espacio en el que radica la felicidad, la paz, el amor y la libertad en que el Hijo de Dios fue creado. Solo el perdón nos proporciona la liberación, la experiencia de vivir en el amor incondicional, de ser felices, de experimentar paz y gozo, de vivir con un pensamiento permanente de gratitud.

Cuando tengamos pensamientos de desamor, de falta de perdón, solicitemos al Espíritu Santo que conduzca Él nuestros pensamientos, digámosle:

Te entrego esto para que lo examines y juzgues por mí. No dejes que lo vea como un signo de pecado y de muerte, ni que lo use para destruir. Enséñame a no hacer de ello un obstáculo para la paz, sino a dejar que Tú lo uses por mí, para facilitar su llegada. (T.19.IV.C.11:8-10)



Georgina Arteaga Carlebach

geo1148@yahoo.com

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