Abandona la culpa y deja de juzgarte a ti mismo
Tanto si lo sé como si no, siempre estoy atacándome a mí
mismo. Tal vez crea que te estoy atacando a ti, pero eso sólo es una ilusión.
Por supuesto, a veces tú también crees en mi ilusión, y entonces te sientes
ofendido. Así es como funciona el mundo.
Pero, en verdad, yo no puedo atacarte. Sólo puedo atacarme a
mí mismo. Todo lo que proyecto sobre ti vuelve a casa, vuelve a mí. El
pensamiento es el boomerang perfecto. Siempre vuelve a la persona que lo envía.
¡Esto no tiene nada que ver con el castigo! Muchas personas,
incluso las que creen en el karma, no comprenden esto. Nadie está siendo
castigado por sus pecados. Simplemente está recibiendo de vuelta lo que ha
enviado para poder tomar conciencia de ello. Si la persona envía ira, la ira le
vuelve porque tiene que responsabilizarse de ella. Cada uno de nosotros tenemos
que adueñarnos de lo que emitimos. Sólo podemos liberarnos de algo cuando nos
adueñamos de ello.
Se trata de una ley simple. No hace falta que la usemos para
castigarnos unos a otros. No hace falta que digamos: «Ves, desgraciado. Sabía
que te iba a volver». No tenemos que jugar a ser Dios. No se nos necesita en
ese papel.
Simplemente tenemos que entender que vamos a seguir
cometiendo errores hasta que aprendamos nuestras lecciones. Vamos a seguir
proyectando cualidades positivas y negativas en los demás mientras no estemos
dispuestos a adueñarnos de ellas en nosotros mismos. Vamos a seguir atacando a
los demás hasta que nos responsabilicemos del ataque.
Apropiarnos y responsabilizarnos del ataque sólo es una
manera de cortocircuitar el proceso. Yo digo: «De acuerdo, ira, ya sé que me
perteneces, de modo que no voy a pretender que provienes de otra persona». Eso
no significa que no exprese la ira. Si está ahí, es mi responsabilidad
expresarla. Pero debo hacerlo sabiendo que me pertenece a mí. De esa manera no
tiene por qué ir hacia fuera, quedarse pegada a alguien que se sienta
suficientemente culpable como para recogerla, y después volver a mí en forma de
algún resentimiento callado.
Me responsabilizo de la ira. Entiendo que no es a ti, sino a
mí mismo, a quien ataco. No me pierdo en la proyección, o al menos no me pierdo
cuando tengo éxito en mi intento de responsabilizarme.
No siempre tengo éxito, ni tampoco suelo tenerlo a la
primera. A veces te ataco, y a veces me apropio del ataque. Cuando te ataco, me
siento culpable porque creo que puedo herirte. Llevo esa culpabilidad conmigo y
entonces, cuando tú u otra persona me ataca, mi culpabilidad invita a ese
ataque a quedarse pegado a mí. Todo este proceso es muy extraño.
Cuando te ataco, me siento muy mal. Eso me pone en el centro
de la diana de otro posible ataque.Todos los extraños que tienen ira acumulada,
sienten en mí una víctima potencial cuando paso a su lado. ¡Hasta los pastores
alemanes pueden oler el aroma!
Cada vez que te ataco, establezco mi propia culpabilidad. Si
no crees que esto sea verdad, lee crimen
y castigo, de Dostoievsky. En la novela,
Roskolnikov intenta perpetrar el crimen perfecto. Cree que si mata por una buena razón,
no se sentirá culpable por haberlo hecho. Pero no funciona.
Cierto, no le pillan. Consigue que no le acusen del crimen.
Pero no puede vivir con la culpa. Finalmente, se entrega a la policía.
Esto es lo que todos tenemos que hacer: entregarnos.
En cuanto atacamos, tenemos que recordar que estamos
afirmando nuestra culpabilidad.
Confesémoslo inmediatamente. ¡Al infierno con las justificaciones!
Sabemos que el ataque no puede ser justificado. De modo que responsabilicémonos
de sanarnos y de sanar a los demás.
«He cometido un error, hermano. Te he atacado porque tenía
miedo. Pensaba que tenía derecho a atacarte, pero me equivoqué. Perdóname. Ayúdame
a seguir mi camino».
Cuando hago de mi ataque una petición de amor, mis hermanos
y hermanas me permiten que me acerque a ellos. Este es un gesto de reconciliación.
Si reconozco mi ataque y asumo la responsabilidad de
corregirlo, mi culpabilidad no se queda fijada.
La culpabilidad se queda fijada cuando justifico mi ataque y
me niego a enmendarme. La culpabilidad crónica no es más que la negativa
continuada a asumir la responsabilidad de reconocer y aprender de mis errores.
Nadie se convierte en un saco de arena, de esos que usan los boxeadores, sin
que haya una causa para ello. Sin embargo, la causa suele estar profundamente
enterrada en la psique.
Cada vez que te ataco, me ataco a mí mismo. Ese ataque puede
venir en forma de un juicio sutil, pero, si se repite una y otra vez, me envía
continuamente el mensaje de que no soy adecuado.
No es coincidencia que los individuos que tienen menos
autoestima sean los que más juzgan a los demás. Cuanto más nos dedicamos a
juzgar a los demás, más nos juzgamos inconscientemente a nosotros mismos.
Todas las proyecciones vuelven a casa. Ésta es la función de
la culpabilidad. A cierto nivel, se niega a permitir que nuestro ataque nos
deje. Simplemente no podemos atacar a los demás sin sentirnos responsables del
ataque en algún nivel de nuestro ser.
Cuando llevamos esta responsabilidad a la conciencia,
podemos empezar a sanar. Cuando dejamos que siga siendo inconsciente, atraemos
sucesos que nos obligan a tomar conciencia no sólo de nuestros ataques hacia
los demás, sino del profundo odio que sentimos hacia nosotros mismos, que es el
que provoca esos ataques.
La culpa y la responsabilidad se excluyen mutuamente. La
culpa se queda pegada a la herida, impidiendo que ésta se cure. El primer paso
del proceso de curación es la responsabilidad.
Para soltar la culpa y dejar de juzgarnos, debemos empezar a
responsabilizarnos de nuestros ataques contra otras personas. Debemos tomar
conciencia de nuestras proyecciones en cuanto ocurren.
Tomando conciencia de nuestro ataque, vemos la causa que está
detrás. Vemos nuestros propios miedos, nuestros juicios profundamente
arraigados y nuestros sentimientos de inadecuación. Vemos nuestra profunda
llamada al amor.
Esto es esencial. No podemos empezar a perdonarnos a
nosotros mismos hasta que no nos demos cuenta de que toda nuestra oscuridad es
una llamada a la luz, y de que toda nuestra ira y dolor son una llamada al
amor. Tenemos que reconocer esto, porque de otra manera tomaremos nuestra
conciencia y la usaremos para golpearnos a nosotros mismos.
¡No debemos subestimar este peligro! Si dejamos nuestro proceso
de curación en manos del ego, no pasará de ser otro proceso en el que
volveremos a herirnos. Sólo el Espíritu puede estar al cargo de nuestra curación,
porque el Espíritu confirma nuestra validez, al tiempo que nos anima a
enmendarnos y a aprender de nuestros errores.
Yo no soy malvado por haberte atacado, y tú tampoco eres
malvado por haberme atacado. Nuestro ataque mutuo viene de que ambos nos
sentimos profundamente inadecuados. Viene de un lugar en el que ni tú ni yo nos
sentimos amados.
Reconocer esto es el principio de la llamada a la gracia. Comenzamos
a ver, incluso en la oscuridad, con los ojos del amor.
Mientras yo mismo me crucifique o te crucifique por cometer
un error, nuestra curación no puede comenzar.
Lo importante no es el error. Es el aprendizaje, el
crecimiento, el cambio de percepción que el error trae consigo.
Cuando entiendo esto, me doy cuenta de que mis lecciones están
bien. Me doy cuenta de que tus lecciones están bien. Tengo una base sobre la
que avanzar. La reconciliación y la reconstrucción comienzan sobre esta base. Éste
es el verdadero fundamento de la curación, el perdón de todos los errores y la
gratitud de la conciencia que nos aportan.
Recuerda, la responsabilidad no viene del ego. La culpa, sí.
La culpa prolonga la sensación de separación. Mantiene la herida abierta.
La culpabilidad dice: «Nada que yo pueda hacer será
suficiente para enmendar mis errores».
La responsabilidad dice: «Abrí esta herida y puedo cerrarla».
Es importante entender la diferencia.
Muchas ideas Nueva
Era han sido usurpadas por nuestros egos,
que las usan como herramientas no para crecer, sino para castigarnos y castigar
a los demás. Muchas personas, estando muy enfermas, han tenido que escuchar
estupideces como: «Tú te has enfermado a ti mismo. Es tu propia ira la que te
ha producido el cáncer. No te estás curando porque aún estás apegado a tu ira».
¿Estábamos hablando de no culpabilizar? Este tipo de sermones son cosa del ego,
que está tratando de repetir el mensaje
de la responsabilidad. No funcionan.
Cuando el Espíritu toma a su cargo el programa de la responsabilidad,
hace que todo esté bien. Hace que esta enfermedad, el cáncer o cualquier otra,
sea un lugar desde el que crecer. No mide el progreso con criterios externos.
Tan sólo dice: hay un lugar interno donde es posible encontrar paz.
Cuando hablamos de curación, hablamos de abandonar los
juicios sobre nosotros mismos y la culpabilidad por los errores del pasado.
Esto exige responsabilidad y delicadeza. Se trata de soltar lo que no nos
pertenece. Se trata de lavar esa sustancia pegajosa que aparece sobre nuestra
piel cuando nos dedicamos a justificar nuestros juicios sobre los demás. Se
trata de bañar la totalidad del alma en amor y aceptación.
Y esto nos lleva al Sexto Paso.
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