ENCUENTRA LA IGUALDAD CON LOS DEMÁS
La clave para hallar nuestra igualdad con los demás reside
en nuestra práctica individual de asumir responsabilidad. Mientras asumamos la
responsabilidad por nuestra propia vida, no estamos poniendo cargas
innecesarias sobre nuestros propios hombros ni expectativas inadecuadas en los
demás.
Sin embargo, inevitablemente, tal como cometo errores con mi
propia práctica, también cometo errores en mis relaciones. Asumo demasiada
responsabilidad aquí, y no la suficiente allí. Me excedo aquí y me quedo corto
allí. Decido por ti cuando tú tienes que decidir por ti mismo. Y dejo que
decidas por mí cuando tengo que tomar mi propia decisión. Las fronteras que se
afirman a sí mismas de manera natural cuando ambas personas son responsables
empiezan a desdibujarse. El resultado es el abuso y la codependencia.
Pierdo constantemente mi sentido de la igualdad con los demás.
Aquí me siento elevado. Y allí soy denigrado. No siento que ninguna de estas
posiciones sea correcta. Quiero estar cara a cara. Quiero reciprocidad,
equidad, igualdad. Sin embargo, la única manera de encontrarlas es asumir
responsabilidad por lo que ocurre cuando no las encuentro.
En este momento, me siento herido por ti, pero me doy cuenta
de que tú no eres la causa de mi herida. Mi herida existía antes de que tú me
tocaras en ese lugar sensible.
O me siento enfadado contigo porque me has decepcionado. Sin
embargo, tú no eres la causa de mi decepción. Las expectativas que pongo en ti
me programan para el rechazo. Tú simplemente entras en mi programa. Tú apareces
como un espejo para mostrarme que mis expectativas son disfuncionales. No puedo
cambiar lo que haces o dejas de hacer, pero puedo cambiar mis expectativas con
respecto a ti.
Yo no puedo cambiarte. Por lo tanto, mi única postura hacia
ti debe ser de aceptación. Cuando no te acepto tal como eres, pierdo mi paz.
Jesús dijo: «Haz a los demás lo que te gustaría que ellos te
hicieran a ti». Ésta es una práctica espiritual primaria, tan importante como
asumir responsabilidad por tu propia vida.
Si juzgas a los demás, alteras tu paz, porque interiorizas
todos los juicios que haces. Si aceptas a los demás, te bendices a ti mismo,
porque lo que envías hacia fuera vuelve a ti.
Lo más importante es entender que cada pensamiento vuelve a
casa. La proyección es una ilusión. Puedo odiar algo en ti, pero ese odio
permanece en mi interior. Pienso que el odio va hacia ti, pero eso sólo ocurre
si tú lo tomas. Si tú no reconoces mi odio, no se queda adherido a ti.
Todos los pensamientos vuelven a casa. No puedo dar la cara
ante ti porque no puedo dar la cara ante mí mismo. Creo que eres censurable
porque no estoy dispuesto a lidiar con mi propia vergüenza.
Cada reacción hacia otra persona de mi vida me refleja algo,
es un espejo para mí. Cualquier cosa que vea en ti y que no acepte me habla de
lo que no estoy dispuesto a aceptar en mí. Cualquier cosa que espere de ti y
que tú no puedas darme me indica lo que tengo que darme a mí mismo.
Toda relación ofrece un medio para el aprendizaje o un medio
para la autocrucifixión. Cuando me miro en el espejo de tus ojos, me doy
permiso para crecer. Cuando encuentro limitaciones en ti, me niego a ir más allá
de mi duda con respecto a mí mismo.
Siempre te usaré como excusa, como razón por la que no puedo
crecer. Pero eso no cambia nada. Mi crecimiento sigue siendo mi
responsabilidad, por mucho que trate de poner esa responsabilidad en tus manos.
Si eres lo suficientemente necio para aceptar una
responsabilidad que no te corresponde, eso sólo puede significar que tú también
tienes que aprender a responsabilizarte de ti mismo. Los miembros pasivos y
agresivos de una pareja tienen que aprender la misma lección. Simplemente
representan extremos opuestos de lo mismo. Y, tal como nos enseña la sabiduría
taoísta, los opuestos no están tan lejos como pensamos.
De modo que en el ejercicio de encontrar mi igualdad contigo
es cuando la pierdo, y en el ejercicio de perderla la encuentro. Si no crees
que esto sea así, pregúntate: «¿Cómo podría encontrarla si no la hubiera
perdido?». No habría nada que encontrar, no habría sensación de haber perdido
algo. Y si tengo la sensación de haber perdido algo, esa sensación debe venir
del recuerdo de un tiempo en el que no sentía pérdida alguna. «¿Cómo podría
perder algo que nunca tuve?».
La igualdad es real. La desigualdad no lo es. Sin embargo, a
través de la desigualdad es como aprendo sobre la igualdad. Cuando entiendo
realmente la igualdad, me doy cuenta de que siempre ha estado ahí. Nunca la he
perdido. Sólo pensaba que la había perdido.
El proceso de pensar que la he perdido y darme cuenta de que
no, abarca todo el espectro del perdón, desde el primer paso de reconocer que
estoy molesto hasta el último de abrir mi corazón a la paz que siempre está allí.
Sé que finalmente soy perdonado cuando me doy cuenta de que no hay nada que perdonar.
Un Curso de Milagros lo dice así: «Nada real puede ser amenazado. Nada irreal
existe».
Nunca pierdo mi inocencia, y tampoco la pierden mi hermano o
mi hermana. Simplemente parecemos perderla, tal vez durante un momento, durante
un día o dos, o quizá durante toda la vida. El periodo de tiempo no tiene
importancia porque, cuando despertamos, olvidamos el sueño. Permanecer en la
ilusión no hace que seas malo. Tan sólo prolonga tu sufrimiento. Cuando estás preparado,
sueltas ese sufrimiento. Y una vez que lo has soltado, no importa si lo tuviste
durante dos minutos o durante diez años. Ya no existe.
No resulta fácil llevar esta comprensión a nuestras
relaciones. Tal como nos involucramos con los atributos físicos del mundo y
nuestra percepción de ellos, también nos involucramos con nuestras relaciones y
con las emociones que suscitan en nosotros. No estamos preparados, tal vez,
para ver todo esto como un sueño de desigualdad, y sin embargo eso es
precisamente lo que es cuando quiera que nos sentimos molestos.
Todo nuestro dolor es el resultado de ver algo que no está
allí. Pensamos que está allí porque nuestras ideas y creencias parecen quedarse
pegadas a ciertas personas y situaciones. Pensamos que eso da credibilidad a
esas ideas, porque ahora están situadas en el marco de una relación. Pero eso sólo
complica el guión y hace salir a escena toda una nueva serie de personajes.
De modo que tenemos que reconocer y aceptar el hecho de que
aquí estamos dirigiendo nuestra propia película. Y lo que vemos en la pantalla
que está ahí fuera sólo es un reflejo de los contenidos de nuestra conciencia.
No obstante, debemos darnos cuenta de que la nuestra no es
la única película que se está rodando. Las mismas personas que parecen ser
actores o técnicos en nuestra película están dirigiendo sus propias películas,
en las que nosotros somos los personajes o el cámara. La película Rashomon, de
Akira Kurosawa, expresa este concepto con gran lirismo y compasión.
Es posible que en último término no haya fronteras entre
nosotros, pero es imposible que nos unamos a menos que reconozcamos los límites
de nuestra propia experiencia y honremos la experiencia de otras personas. No
tenemos por qué estar de acuerdo entre nosotros. Pero sí tenemos que
respetarnos mutuamente. El consenso, en la medida que sea posible, surge de una
atmósfera de respeto mutuo. Sin ese respeto mutuo, que significa fronteras saludables, el consenso será inevitablemente forzado. Y el consenso forzado es
tan ridículo como suena.
Encontrar nuestra igualdad con los demás significa reconocer
que hay muchas maneras de mirar cualquier situación, y nosotros sólo tenemos
una de ellas. Escuchar a los demás, respetar sus ideas y experiencias, nos
ayuda a abrirnos a un espectro de realidad más amplio. Nos permite abrir las
puertas de nuestra prisión conceptual y caminar libremente a la luz del día.
Nos ayuda a comprender los límites de nuestro conocimiento, para poder entrar
en lo desconocido, solos y juntos.
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