Acepta la lección
La vida nunca me trae lo que yo espero. Si la vida me
trajera lo que espero, yo no aprendería nada. Inevitablemente, mis expectativas
deben quedar frustradas para que yo pueda tener acceso a una realidad más
profunda y más amplia.
Cada lección que me llega trata de hacerme despertar, no de castigarme.
Mientras piense que Dios o el universo están intentando castigarme, seré
incapaz de aceptar mi lección y de aprender de ella.
En verdad, cada lección trata de elevarme. Si estoy en
precario, esa lección podría destronarme antes de inspirarme, pero su objetivo
siempre es elevarme.
Por supuesto, mi lección y mi interpretación de ella son
polos opuestos, están a ciento ochenta grados de distancia. Lo cierto es que no
puedo comprender la lección en el nivel del ego. La lección siempre me lleva
más allá del ego.
Si estoy tratando de reforzar el ego, Dios nunca me dará
eso. Sin embargo, mi fe en Dios suele depender de que mi ego quede suficientemente
reforzado.
¡Cómo no voy a sentir frustración! En cuanto pienso que estoy
libre de las antiguas limitaciones conceptuales, vuelvo a la batalla.
Aprender mi lección me exige tener mucha compasión por mí mismo.
Tengo que darme cuenta de que no me resulta fácil cambiar mi manera de percibir
la realidad. Si lo fuera, no necesitaría una lección que practicar.
De modo que tengo que ser paciente. Tengo que ir a mi ritmo.
No hay prisa. La mayoría de mis lecciones no están orientadas a conseguir
nuevos logros, están orientadas hacia la percepción. No necesito cambiarme a mí
mismo, cambiar a los demás o cambiar el mundo. Necesito cambiar mi percepción
de mí mismo, del otro y del mundo.
Entiendo mal mi lección si creo que me pide que sea algo que
no soy, o que dé algo que no tengo. Si surge el miedo, la enseñanza me impulsa
a atravesarlo. Si hay algo que representa una carga para mí, se me pide que no
cargue con ello.
Cualquiera que sea la lección, es perfecta para mí. Me pide
que haga exactamente el ajuste que soy capaz de hacer. Nunca me pide más de lo que
puedo dar.
De modo que la confianza se convierte en un factor
importante. Cuanto más confío en mis lecciones, más coopero con ellas, y mejor
las aprendo.
En lugar de sospechar de lo desconocido, le doy la
bienvenida. Veo cómo me expande y profundiza el lugar donde el amor puede
habitar en mí.
Evidentemente, esto no es tan fácil como suena. Cuando
siento dolor en mi vida, me tenso automáticamente. Me resisto al dolor. Lucho
con él. Me quejo. Raras veces soy capaz de aceptar el dolor y de preguntar cuál
es su mensaje. Mi tendencia a resistirme viene de la creencia de que el dolor
es un ataque contra mí. De modo que trato de exorcizarlo. Pero eso sólo ahonda
el dolor. Por experiencia, aprendo que no puedo salir del dolor a través de la
resistencia, sino de la aceptación.
Es una paradoja abrumadora. El dolor sólo se disuelve cuando
dejo de invertir en que se vaya. En cuanto trato de librarme de él, el dolor se
resiste.
El dolor no es un castigo, sino una comunicación. Me dice que
algo se ha torcido. Me pide que realice algún tipo de ajuste. Me pide que venga
a una nueva conciencia.
Asimismo, cada lección me pide que abra mi corazón y mi
mente de una manera nueva. Debo renunciar a los viejos mecanismos de defensa que
ya no necesito para sobrevivir. Centímetro a centímetro, el territorio cedido
al miedo debe abrirse al abrazo del amor.
Es un proceso gradual. No se me pide que me abra de una vez.
Mientras realice algún progreso, estoy cooperando con mi lección.
Eso no quiere decir que no halle resistencias. De vez en
cuando las encuentro. Mi meta no debe ser intentar librarme de las
resistencias, sino darme cuenta de cómo vienen y van. Así empiezo a entender
cómo mis pensamientos, sentimientos y creencias influyen en mi vida.
Cada vez más me doy cuenta deque lo importante no es lo que
ocurre en mi vida, sino cómo reacciono ante ello. Al poner el énfasis en mis reacciones,
sobre las que puedo influir, me fortalezco a mí mismo para abordar
creativamente las abundantes situaciones difíciles que la vida me presenta.
Ya no soy una víctima de fuerzas desagradables y externas a
mí, sino el protagonista que influye positivamente en el resultado de los sucesos
al mantener una actitud de confianza, esperanza y fe. Ciertamente, cuando
ocurre algo que altera mi paz, me doy cuenta que mi actitud hacia la vida se ha
desplomado. Cuando me permito mirar con tranquilidad dentro de mí y elevar mi
corazón, veo a mi alrededor un mundo más grácil y cooperativo.
En contra de lo que nos dice nuestra antigua programación,
los sucesos de nuestra vida nunca están fijados. Y nunca significan lo que nosotros
pensamos. Todo está en movimiento, incluyendo nuestros pensamientos y
sentimientos. Así, si realmente queremos entender lo que está ocurriendo en
nuestras vidas, tenemos que estar con la situación, contemplándola durante un
tiempo. En cuanto me tomo el tiempo de sentir lo que está ocurriendo, tengo más
posibilidades de responder a ello apropiadamente.
Lo peor que podemos hacer con una lección es decidir inmediatamente
lo que significa. Tenemos que estar en esa situación sin juzgarla ni
interpretarla. Tenemos que sentirla, hacernos una idea de ella, y ver cómo se
mueve a medida
que cambian nuestros pensamientos y sentimientos.
Este es el proceso de escucha interna. Eugene Gendlin
escribió un libro muy útil titulado “Focusing” que ofrece una técnica
pormenorizada para sintonizar con nuestrasensibilidad profunda. Las técnicas de
meditación también son de ayuda.
Cuando nos damos tiempo para contemplar una situación problemática,
no tratamos de analizarla ni de resolverla intelectualmente. Hacer eso es
tratar de abordar el problema desde el mismo nivel en que fue creado. Eso no
funciona. Tenemos que tomar tierra y ahondar en las sensaciones del cuerpo.
Tenemos que salir de nuestra mente pensante y entrar en la mente que siente.
La mente que siente contiene la totalidad de la situación.
No selecciona una pieza a expensas de otra. No trata de elegir, porque la elección
sólo agravaría el conflicto. Simplemente se extiende para contener todos los
aspectos, todas las polaridades, todas las contradicciones. Abraza la situación
como una totalidad, sin juzgarla. Tan sólo permite que todo esté plenamente
presente en la conciencia.
El acto de dejar ser a la totalidad de la situación permite
que se produzca un cambio sutil en la conciencia. En ese cambio, el objetivo no
es resolver el problema o elegir entre dos posiciones polarizadas, sino tender
un puente entre ellas, lo cual cambia la percepción de que son mutuamente excluyentes.
Esto es similar a una negociación entre dos personas que
están en desacuerdo. Cuando dos personas quieren resolver sus diferencias, a menudo
es esencial el concurso de un tercero. Esta tercera persona —que puede ser un
mediador o terapeuta— está encargada de encontrar el terreno común donde las
otras dos puedan ser escuchadas y puedan satisfacer sus necesidades.
El mediador cambia el marco en el que hay que elegir entre
dos cosas al marco en el que ambas cosas pueden darse a la vez. El mediador ayuda
a construir en ambas personas una conciencia del «nosotros». En este espacio
del «nosotros» es donde se resuelven los problemas. Ciertamente, en el espacio
del «nosotros» los problemas dejan de existir. Sólo era un problema porque ambas
partes lo veían desde el espacio del ego.
Lo mismo es válido para la conciencia misma. Los problemas
no se resuelven desde las estrechas percepciones del ego, que están plagadas de
conflictos, sino desde la visión expandida del Espíritu, en la que todas las
contradicciones pueden quedar contenidas.
Así, estar con un problema requiere un cambio de conciencia,
requiere pasar del pensar al sentir. También exige pasar de ese marco mental en
el que los contenidos de la conciencia se consideran polarizados y opuestos
entre sí, a ese otro marco en el que se consideran coexistentes y están
debidamente contenidos.
Estos mismos principios rigen a la hora de establecer la paz
dentro de la mente, y también la paz entre individuos y naciones. En cada caso la
paz requiere un cambio de intención y de atención, un cambio de conciencia y de
percepción.
Cuando lucho contra la lección que me toca aprender, ella es
mi enemiga. Cuando la acepto, es mi amiga. Siempre establezco algún tipo de
relación con mi lección, y la relación que establezco determina si me resisto a
ella o si la aprendo y paso a otra cosa.
Una enseñanza que no permita aprender lecciones no es una enseñanza
espiritual, sino una forma de adoctrinamiento. Y las lecciones siempre se
aprenden abriendo el corazón y la mente. No tienen nada que ver con conceptos
rígidos y morales absolutas. Siempre son experimentales.
De modo que nuestras vidas son laboratorios de aprendizaje.
Nuestra experiencia emocional y mental es un aula en la que aprendemos a culpar
o a bendecir, a rechazar o a aceptar, a controlar o a liberar.
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