DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

UNA LLAMADA AL AMOR: MEDITACION -25- A. de Mello

Meditación 25


"Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela:
más vale entrar manco en la Vida
que con las dos manos ir a la gehenna...
Y si tu ojo te es ocasión de pecado, arráncatelo;
más vale entrar ciego en el Reino de Dios
que con los dos ojos ser arrojado al fuego"
(Mc 9.43ss)




Cuando tratas con personas ciegas, empiezas a comprender que sintonizan con unas realidades de las que tú no tienes ni idea. Su sensibilidad hacia el mundo del tacto, del olfato, del gusto y del oído es tal que, a su lado, el resto de los humanos parecemos torpes y desmañados patanes. Nos dan lástima las personas que han perdido la vista, pero rara vez tomamos en cuenta el enriquecimiento que les proporcionan los restantes sentidos. Por supuesto que es una pena el que dicho enriquecimiento se produzca al elevado precio de la ceguera, y es perfectamente concebible que se pueda tener la misma sensibilidad que tienen los ciegos hacia el mundo de los restantes sentidos sin necesidad de perder la vista. Lo que no es posible, ni siquiera concebible, es que despiertes jamás al mundo del amor sin desprenderte resueltamente de aquellas partes de tu ser psicológico que llamamos los "apegos".


Si te niegas a hacerlo, no experimentarás el amor, la única cosa que da sentido a la existencia humana, porque el amor es el pasaporte para el gozo, la paz y la libertad permanentes. Hay una sola cosa que te impide acceder a ese mundo, y esa cosa es el apego, producido por el ojo codicioso, que provoca el ansia en tu corazón, y por la mano avarienta, que intenta aferrar, poseer y hacer suyo lo que el ojo ve, y se niega a soltarlo. Ese ojo ha de ser extirpado, y esa mano cortada, si se quiere que nazca el amor. Con esos muñones por manos, no podrás apoderarte de nada más. Con esas cuencas vacías por ojos, no tardarás en hacerte sensible a ciertas realidades cuya existencia jamás habrías sospechado.


Ahora, por fin, ya puedes amar. Hasta ahora, todo lo que tenías era una cierta cordialidad y benevolencia, una cierta simpatía e interés por los demás, que erróneamente considerabas que era amor, pero que tiene tan poco en común con el amor como la mortecina luz de una vela con la luz del sol.

¿Qué es amar? Es ser sensible a cada porción de la realidad dentro y fuera de ti y, al mismo tiempo, reaccionar con entusiasmo hacia dicha realidad, unas veces para abrazarla, otras para atacarla, otras para ignorarla, y otras para prestarle toda tu atención, pero siempre respondiendo a ella, no por necesidad, sino por sensibilidad.


¿Y qué es un apego? Es una necesidad compulsiva que embota tu sensibilidad, una droga que enturbia tu percepción. Por eso, mientras tengas el más mínimo apego hacia cualquier cosa o persona, no puede nacer el amor. Porque el amor es sensibilidad, y la sensibilidad se destruye cuando resulta dañada, aunque sea mínimamente. Del mismo modo que el funcionamiento defectuoso de una pieza esencial de un sistema de radar distorsiona la recepción y falsea tu respuesta a lo que percibes.


No existe el amor defectuoso, incompleto o parcial. El amor, como la sensibilidad, o lo es en plenitud o, simplemente, no es. O lo tienes íntegro o no lo tienes. Por eso, sólo cuando desaparecen los apegos accede uno al reino ilimitado de esa libertad espiritual que llamamos "amor" y queda libre para ver y responder. Pero no hay que confundir esta libertad con la indiferencia de quienes jamás han conocido la fase del apego. ¿Cómo vas a arrancarte un ojo o cortarte una mano que no tienes? Esa indiferencia, que tantas personas confunden con el amor (como no están apegados a nadie, piensan que aman a todo el mundo), no es sensibilidad, sino un endurecimiento de corazón originado por un rechazo, por una desilusión o por la práctica de la renuncia.


Es preciso atravesar las procelosas aguas de los apegos si se desea arribar a la tierra del amor. Sin embargo. hay personas que, sin haber zarpado jamás, están convencidas de haber arribado. Pero lo cierto es que hay que estar muy sano y ser muy perspicaz para que el bisturí amputador pueda hacer su labor y el mundo del amor pueda brotar en la conciencia. Y no te engañes: eso sólo se logra con violencia. Sólo los violentos arrebatan el Reino.


¿Por qué la violencia? Porque, por sí sola, la vida jamás podría producir el amor, sino únicamente conducir a la atracción, de la atracción al placer, y más tarde al apego y a la satisfacción, que finalmente conduce al cansancio y al aburrimiento. Viene a continuación una fase neutra o "de meseta"... y vuelta a empezar: la atracción, el placer, el apego, la satisfacción... Todo ello mezclado de ansiedades, celos, posesividad, tristeza, dolor, etc.. lo cual convierte el ciclo en una especie de "montaña rusa".


Cuando se ha repetido una y otra vez el ciclo, llega un momento en que acabas harto y quisieras poner fin a todo el proceso. Si tienes la suerte de no topar con ninguna otra cosa o persona que atraiga tu atención. podrás al fin obtener una paz un tanto frágil y precaria. Eso es lo más que la vida puede darte, aunque es posible que lo confundas con la libertad y, consiguientemente, acabes muriéndote sin haber conocido jamás lo que significa ser realmente libre y amar.

No. Si deseas liberarte del ciclo y acceder al mundo del amor, deberás atacar mientras el apego siga vivito y coleando, no una vez que lo hayas superado. Y deberás atacar, no con el bisturí de la renuncia, porque esa clase de mutilación no hace más que endurecer, sino con el bisturí de la conciencia.


¿Y de qué debes ser consciente? De tres cosas: en primer lugar, debes ver el sufrimiento que esa "droga" te está ocasionando, los altibajos, los estremecimientos, las ansiedades, las decepciones y el aburrimiento a que inevitablemente te conduce. En segundo lugar, debes darte cuenta de que esa "droga" está escamoteándote algo, a saber, la libertad de amar y disfrutar de cada minuto y cada cosa de la vida. En tercer lugar, debes comprender que, debido a tu adicción y a tu programación, has atribuido al objeto de tu apego una belleza y un valor que, sencillamente, no posee: aquello de lo que estás tan enamorado tan sólo está en tu mente, no en la cosa o persona amada. Si logras ver esto, el bisturí de la conciencia deshará el hechizo.


Suele afirmarse que sólo cuando te sientes profundamente amado puedes abrirte con amor a los demás.

Pero eso no es cierto. Un hombre enamorado se abre realmente al mundo, pero no con amor, sino con euforia. Para él, el mundo adquiere un irreal color de rosa que se desvanece en cuanto desparece la euforia. Su presunto amor no se debe a que perciba claramente la realidad, sino a que está convencido, acertada o equivocadamente, de que es amado por alguien; un convencimiento peligrosamente frágil, porque se basa en la persona por la que cree ser amado, que es voluble y tornadiza por naturaleza y que en cualquier momento puede pulsar el interruptor y acabar con su euforia. No es de extrañar que quienes así proceden no consigan jamás perder su inseguridad.


Cuando te abres al mundo por causa del amor que otra persona siente por ti, estás radiante; pero lo que irradias no es tu percepción de la realidad, sino el amor que has recibido de esa otra persona, la cual controla el "interruptor", de tal manera que, cuando lo pulsa, hace que tu brillo o irradiación se desvanezca.


Cuando uses el bisturí de la conciencia para pasar del apego al amor, hay algo que debes tener en cuenta: no seas severo ni impaciente ni te detestes a ti mismo. 


¿Cómo puede nacer el amor de semejantes actitudes? Mejor será que te muestres compasivo contigo mismo y conserves la flema con que el cirujano maneja el bisturí. Puede que entonces descubras que eres maravillosamente capaz de amar el objeto de tu apego y disfrutar de él aún más que antes y, al mismo tiempo, disfrutar igualmente de cualquier otra cosa o persona.


Ésta es la piedra de toque para averiguar si lo que tienes es amor. Lejos de hacerte indiferente, ahora puedes disfrutar de todo y de todos como antes disfrutabas del objeto de tu apego. Ahora ya no hay más estremecimientos ni, consiguientemente, más sufrimiento ni incertidumbre. De hecho, podría decirse que disfrutas de todo y no disfrutas de nada, porque has hecho el gran descubrimiento de que aquello de lo que disfrutas, con ocasión de cualesquiera cosas y personas, es algo que está en tu propio interior. La orquesta está dentro de ti, y la llevas contigo adondequiera que vayas. Las cosas y las personas exteriores a ti no hacen sino determinar la melodía concreta que la orquesta debe interpretar. Y cuando no hay nada ni nadie que atraiga tu atención, la orquesta tocará su propia música, porque no necesita ningún estímulo externo. Ahora llevas en tu corazón una felicidad que nada ajeno a ti puede darte ni arrebatarte.

Y aquí radica la otra prueba del amor: eres feliz sin saber por qué. Pero ¿es duradero ese amor? La verdad es que no hay garantía alguna de que lo sea, porque, aun cuando el amor no puede ser parcial, sí puede ser de duración limitada. El amor viene y se va en la medida en que tu mente está despierta y consciente o. por el contrario, se ha vuelto a dormir. Ahora bien, aun así, una vez que has probado eso que llaman "amor", sabrás que ningún precio es demasiado elevado y ningún sacrificio demasiado grande, ni siquiera la pérdida de ambos ojos o la amputación de una mano, cuando a cambio se puede obtener la única cosa en el mundo por la que merece la pena vivir.

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