DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

APRENDER Y ENSEÑAR CORRECTAMENTE



“El que enseñes o aprendas no es lo que establece tu valía. Tu valía la estableció Dios. Mientras sigas oponiéndote a esto, todo lo que hagas te dará miedo, especialmente aquellas situaciones que tiendan a apoyar la creencia en la superioridad o en la infe­rioridad”



Llega un momento en la vida que con “el despertar” son precisos cambios en tu forma de ver las cosas. Sin embargo, el cambio nos aterroriza. Pretendemos conservar nuestros sistemas de pensamiento intactos, porque cambiar significa aprender, y lo percibimos como algo que nos separa del grupo, nos hace diferentes a la percepción de los que nos rodean, agrandando más la sensación de separación, que en el fondo es el origen de todo el error.

Nos engañamos a nosotros mismos pensado que si no permito ningún cambio en mi ego, alcanzaré la paz, sin embargo esta negación no hace sino dar un paso atrás porque nada puede llegar al espíritu desde el ego y nada puede llegar al ego desde el espíritu. Tu falso ser y el Ser de Dios están en contraposición, no están en comunicación ni nunca lo podrán estar porque el espíritu no puede percibir y el ego no puede gozar de conocimiento; son por tanto contrapuestos en sus orígenes rumbos y desenlaces...



El espíritu no puede aprender porque ya goza de conocimiento pero el ego sí que puede aprender, pero le resulta aterrador, porque en ultima instancia, le acerca al conocimiento, y por tanto al abandono de su oscuridad en favor del la luz del espíritu. Soñamos que somos un ego separado y creemos en el mundo que se deriva de él. Todo parece demasiado real y por eso hemos de aprender para cambiar nuestra mentalidad al respecto.

Aprender y enseñar te permiten cambiar de mentalidad y ayudar a otros a hacer lo mismo. Un buen maestro clarifica sus propias ideas y las refuerza al enseñarlas. Tanto maestro como alumnos han de encontrarse a la par, en el mismo nivel de aprendizaje ya que si no comparten las lecciones, les faltará la convicción de alcanzar los objetivos a conseguir. El buen maestro confía en las ideas que enseña, pero no menos que en la capacidad de los alumnos para retenerlas. Su único objetivo es transmitir a los alumnos aquellos conocimientos que el mismo, un día aprendió, de modo que  los alumnos, algún día dejen de necesitarle como maestro. 

Si alguna vez percibes a tu maestro como alguien más importante, o con un “ego más grande”, en realidad , ese no es tu maestro. A ése sólo le interesa el efecto que su ego pueda tener sobre otros egos, y, por consi­guiente, interpreta la interacción entre ellos como un medio de conservar su propio ego. Está fomentando la separación al establecer dos niveles de conocimiento: él mismo, maestro, lleno de ego y conocimiento y por debajo de él, los pobres alumnos, inconscientes y desconocedores.

Los verdaderos maestros tienen que tener paciencia y repetir las lecciones que enseñan hasta que éstas se aprendan. Y sobre todo recuerda: nada de lo que haces, piensas o deseas es necesario para establecer tu valía. Tiene la misma importancia enseñar que aprender. Tu valía te fue concedida y siempre gozas de ella, aunque percibas en ti la carencia. Este punto no es debatible excepto en tus propias fantasías. Tu ego no está nunca en entredi­cho porque Dios no lo creó. Tu espíritu no está nunca en entre­dicho porque Dios lo creó. Nadie pretende destruir tu ego, el ego no es el problema. El problema es un "problema de autoridad"... La autoridad sobre la que reposa el regir de tu vida, el ego o el espíritu. La respuesta ha de ser clara. Cualquier confusión al respecto, es solo una ilusión.

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