Cuarta ley: La ley del menor esfuerzo
“La cuarta ley espiritual del éxito es la ley del menor esfuerzo. Esta ley se basa en el hecho de que la inteligencia de la naturaleza funciona con toda facilidad y despreocupación. (…) Si observamos la naturaleza, veremos que ella utiliza un esfuerzo mínimo para funcionar. La hierba no tiene que hacer ningún esfuerzo para crecer; sencillamente, crece. Los peces no se esfuerzan para nadar; sencillamente, nadan. (…) Es la naturaleza del sol brillar. (…) Y es la naturaleza humana hacer que los sueños se conviertan en realidad, con facilidad y sin esfuerzo.”
Nuestro cuerpo está constituido por un conjunto de órganos autónomos de una perfección tan absoluta que jamás han sido superados por ningún mecanismo construido por el hombre. Todo sigue un orden armónico que no requiere de nuestra voluntad para su correcto funcionamiento. Al igual que nuestro cuerpo, todo elemento de la naturaleza sigue su curso de manera fluida y tranquila. Las plantas crecen, el día comienza y acaba, la tierra gira alrededor del sol... Todo sigue un orden natural sin que sea necesaria nuestra acción.
Existen unas leyes objetivas que determinan los fenómenos físicos; son esas leyes las que se limitan a describir como son las cosas, sin que nosotros podamos cambiarlas. Las cosas son como son, porque así han de ser. El Universo apoya nuestra supervivencia física y pone todos sus medios para conseguirla: nos proporciona el sustento alimenticio que necesitamos para sobrevivir y el oxígeno que necesitan nuestros pulmones para respirar. Confiamos en ella y le otorgamos su control sin preocupación alguna, con la fe en que no nos fallará.
Podemos por tanto dejar que dirija nuestra vida la fe en ese orden natural o por el contrario podemos intentar dirigirla por nuestra cuenta.
«No hay ningún problema que la fe no pueda resolver.»
Tener fe es creer que el universo está de nuestra parte, y que sabe lo que hace en la completa confianza de que opera en nuestro propio beneficio. Nuestros intentos de dirigirla no hacen más que interferir en ella. Sin la fe, intentamos dirigir lo que no es asunto nuestro, controlar (acontecimientos, personas, o situaciones) para que éstas sean como “yo quiero”, y arreglar lo que no tenemos poder para arreglar, desperdiciando nuestra fuente de energía. Porque yo, como el resto de la naturaleza, estoy lleno de luz y de energía, y mi felicidad, y éxito espirituales, dependen de su gestión. Lo que tratamos de controlar, siempre funciona mucho mejor sin nuestra intervención, y lo que tratamos de arreglar, casi nunca podemos arreglarlo.
Hemos sido educados para ser, en la medida de lo posible, responsables de nuestros actos y por tanto activos respecto a ellos, en un intento de obtener el control total de nuestra vida. Hemos llegado a asumir que nuestro poder reside en aquello que hemos logrado con nuestro esfuerzo, sin darnos cuenta que nuestra importancia como personas descansa únicamente en lo que somos. Nuestra dependencia de tal situación, hace que sintamos perder el control de nuestra vida al intentar dejarnos llevar por las circunstancias.
«Pues descansamos despreocupados en las manos de Dios...»
Pero… ¿Porqué no dejarnos llevar por el orden natural de las cosas? Asumamos que Dios, que es sabiduría y amor, mantiene las cosas sin necesidad de nuestro control y sin necesidad de gasto de energía alguna por nuestra parte; vivamos en la convicción de que nos dirige por el camino correcto porque la voluntad de Dios para sus hijos no puede sino ser un pensamiento de amor. Aprendamos a relajarnos y a amar para dejar que las cosas fluyan con naturalidad.
Relajarnos, y sentir el amor en nuestro corazón hace brillar nuestra luz interior, y eso nos cambia, nos convierte en personas más profundas, desapegándonos de las cosas que suceden afuera. Libera a la mente de la tensión de las expectativas y los resultados para crear a partir de su propio poder superior. Nuestra mente se abre para recibir al amor. Hemos dejado de ser un estorbo en nuestro propio camino, porque si Dios es la fuente de todo bien, entonces el amor que hay dentro de nosotros también es la fuente de todo bien. Al amar -dar sin esperar recibir- nos despreocupamos de lo que esperamos obtener y nos lleva a un contexto de actitudes y comportamientos que conducen a un flujo de acontecimientos dirigidos hacia nuestro propio bien. Dios hace su parte si nosotros hacemos la nuestra: Aflojar nuestra resistencia al amor. Lo que entonces suceda a partir de entonces es asunto suyo. Tenemos fe en que sabe cómo hacerlo.
Tres son los componentes sobre los que descansa la ley del menos esfuerzo:
* 1.- La aceptación individual es la decisión de dejar de pelear con nosotros mismos y con el mundo y en cambio, empezar a amarlo. Es la única forma de liberase del miedo. Pero liberarse no es separarse a la fuerza de algo, sino reconocer lo que realmente somos. Liberarnos de la imagen que hemos forjado de nosotros mismos, de nuestra armadura y descubrir la fuerza y la perfección del amor con que fuimos creados. Con la entrega y la decisión de amar nos introducimos en otro mundo, un mundo más allá del que estamos acostumbrados a ver, un mundo de poder que está ya dentro de nosotros y siempre ha estado, aunque no lo recordáramos. Debemos cambiar la forma de ver las cosas porque así cambiaremos el mundo que percibimos. Creamos lo que creemos y por eso el mundo cambia cuando nosotros cambiamos.
Hemos de aceptar cada momento y cada situación tal y como es, porque así debe de ocurrir y porque se espera un aprendizaje de cada situación, tal como se exponía en la tercera ley. Vivir en el presente es por tanto,permitir que las cosas sucedan por sí solas, en lugar de forzarlas y tratar de controlarlas, para evitar en la mayor parte de las ocasiones un cambio imposible. Es la única manera en la que nos liberamos de los remordimientos del pasado y de los miedos del futuro que está por venir. La aceptación nos llevará a no luchar contra corriente, a estar conectados con nuestro interior y más conscientes a cualquier posible solución y mejora de resolución de la situación.
* 2.- El segundo componente de la ley del menor esfuerzo es la responsabilidad. “Yo soy responsable de mis propios pensamientos”, significa que no puedo culpar a nada ni a nadie de mi situación. No pretendamos enfrentarnos a la realidad. Tenemos que aceptar a las personas y a las circunstancias tal como se presenten. Este momento en el que suceden las cosas, el presente, es como es, porque se ha dispuesto que así deba ser; Acepto las cosas como son en este momento y no como me gustaría que fueran. Si además reconozco que cada problema es una oportunidad disfrazada, mi nueva actitud me permite transformar este momento en un beneficio mayor.
Si nos sentimos frustrados o molestos por una persona o una situación, hemos de recordar que nuestra reacción no es contra la persona o la situación, sino contra nuestros propios sentimientos acerca de esa persona o esa situación. Si somos capaces de reconocer este hecho, hemos dado el primer paso para asumir la responsabilidad de lo que sentimos y somos capaces de comprender que existe para cada acontecimiento un significado oculto que trabaja a favor de nuestro crecimiento y nuestra evolución.
* 3.- El mundo que percibimos no puede ponernos más que a la defensiva. La amenaza permanente de nuestro sistema de pensamiento erróneo produce ira, y la ira hace que el ataque parezca razonable, incluso que pueda estar justificado por ser en defensa propia. Además el hecho de no defenderse da testimonio de debilidad.
El tercer componente de la ley del menor esfuerzo es asumir una actitud no defensiva, renunciando a la necesidad de convencer o persuadir a los demás de que nuestro punto de vista es el correcto. Esta renuncia nos proporciona una cantidad enorme de energía que anteriormente desperdiciábamos.
Nosotros fabricamos aquello de lo que nos defendemos haciendo que sea real e ineludible. Cuando no hay nada que defender no puede haber discusión. Es la única forma de vivir plenamente la realidad del presente. La realidad del presente no se opone a nada. Lo real, no necesita defensa. Sólo las ilusiones del ego necesitan defensa debido a su debilidad, porque lo que crea el ego siempre es para justificar lo injustificable, va en contra de la verdad y se esfuma en presencia del conocimiento.
Dios está contigo tranquilamente pues sólo serenamente se encuentra la fuerza y el poder y no necesita defensa. El amor descansa en la certeza, y en este estado no hay ataque ni defensa porque tampoco hay ilusiones. La debilidad no tiene cabida porque no tienes dudas acerca de ti mismo. En eso radica tu fuerza. Tú eres el fuerte en este aparente conflicto y no necesitas ninguna defensa. Tampoco deseas nada que necesite defensa, porque si la necesitaras estarías reconociendo tus dudas, y por tanto lo único que hace es debilitarte.
0 comentarios:
Publicar un comentario