DESPERTAR AL AMOR

con un curso de milagros

CREENCIAS, ILUSIONES Y EXPECTATIVAS

Continuamente, la mente distraída, elabora unos patrones de pensamiento completamente alejados del presente. Deseo tener más dinero… un gran amor… miles de amigos… Pero… porque he de desear o anhelar estas cosas. ¿Quizás deseo cubrir alguna carencia en mí?  La creencia en la escasez es nuestra principal fuente de sufrimiento, arrastra la paz de nuestras mentes y perpetúa el mundo ilusorio del ego.


Cada vez que me adjudico una etiqueta… “yo soy una buena persona”, “yo soy valiente”, o “yo soy un gran padre”, nos enfrentados a la prueba de la realidad, pero sea cual sea el resultado, el sufrimiento es la única respuesta. Si pienso que realmente lo que pienso de mi mismo, es real, espero lo mismo para mí de todo el mundo, ahondando en el sentimiento de ruptura y separación para con aquellas personas que no se se ajusten a mis propios ideales. Pero si además, en alguna ocasión mi conducta, se desvía de aquello en lo que creo, estoy añadiendo culpa a mi mente, ya debilitada por esta creencia.

Algo similar ocurre con el “debería”. Debería hacer esto o aquello… debería ser mejor persona… no deberían tratarme así… Nos ancla en la idea del pecado, haciéndonos ver como seres imperfectos. Cada molestia en nuestra mente, independientemente de su intensidad, es una manifestación de que nuestras creencias están siendo amenazadas,  y al defenderlas, el ego se refuerza a sí mismo. 

El problema de todo este estado mental de molestias y sufrimiento, son las creencias, ilusiones y expectativas. Alteran nuestro estado mental, porque en  general no se cumplen de la manera que “deberían”,  arrastrándonos a una situación de pérdida de paz interior... 
 

El problema, como siempre, es que es nuestro propio pensamiento erróneo el que nos arrastra a esta situación. Yo soy quien juzga como han de ser las cosas, las situaciones o las personas. Yo impongo para los demás la actitud y los pensamientos de otros en mi mente. He dispuesto mi paz y mi tranquilidad a que los otros hagan lo que a mí me interesa, independientemente de su propia voluntad. Proyecto sobre los demás mi propia responsabilidad, al creer que ellos son los verdaderos culpables por no satisfacer mis propias expectativas. Si las cosas fueran como yo espero, entonces sí podría vivir feliz y en paz. ¿Dónde queda mi responsabilidad por lo que experimento? Desgraciadamente… Yo soy quien impongo los límites a mi propia paz.

-¿Qué puedo hacer para salvaguardar mi paz?

Dejemos de intentar manipular el mundo irreal. No son las expectativas que Cristo ha dispuesto para mí (aceptación y amor puro), son las expectativas del ego en ti. Yo soy ambos, Cristo y ego, pero sólo uno de ellos es real, y lo que percibo da testimonio del que elegí para mí. Mi sufrimiento demuestra que he debido elegir erróneamente.

Viene la Navidad, perfecta ocasión para reunirme, reconciliarme y permitir renacer en mi al Cristo interior. Qué mejor ocasión para dejar que la paz de Dios se perciba libre de obstáculos.

Orientemos nuestros esfuerzos a disciplinar nuestra mente a fin de reconocer cualquier forma que adopten nuestras creencias, ilusiones o anhelos, y abandonemos el  “yo soy”, “debería”, “deseo o espero”… para que el Espíritu Santo pueda transformarlos.

Aceptemos a las perso­nas, los he­chos, y las circunstancias tal como se presenten. Este mo­mento, el presente, es la culminación de todos los momentos que hemos vivido en el pasado. Este momento es como es, porque se ha dispuesto que así deba ser. No pretendamos enfrentarnos a la realidad; renunciemos a luchar contra la realidad en una batalla que de antemano ya tenemos perdida. El presente es como es y el futuro… ya veremos. Acepto las cosas como son en este momento y no como me gustaría que fueran.

Si somos capaces de aceptar esta idea, aceptamos la responsabilidad de nuestra situación. Yo soy responsable de mis propios pensamientos, signi­fica que no puedo culpar a nada ni a nadie de mi situa­ción. Si además reconozco que cada problema es una oportunidad dis­frazada, mi nueva actitud me permite transfor­mar este momento en un beneficio mayor.

Si nos sentimos frustrados o molestos por una persona o una situación, hemos de recordar que nuestra reacción no es contra la persona o la situación, sino contra nuestros propios sen­timientos acerca de esa persona o esa situación. Desgraciadamente son nuestros sentimientos, y nadie tiene la culpa de ellos. Si somos capaces de reconocer este hecho, hemos dado el primer paso para asu­mir la responsabilidad de lo que sentimos y para intentar cambiarlo. 

Mientras mi mente siga con sus pensamientos ilusorios, el ataque y la defensa estarán justificados; el dolor y el resentimiento tendrán lugar. Mientras mi mente fije condiciones para la paz, nunca la encontraré o a lo sumo , estaré en la búsqueda perpetua de la misma. Solo hay un camino para alacanzarla: La paz viene implícita con el perdón. Quiero estar en paz, y por tanto perdono.

Perdono a todo el mundo. Porque si no lo hago es imposible vivir en el presente. Cualquier resquemor o resentimiento me anclan al pasado, ocasionando que el pasado ocupe espacio en mi mente, la misma mente con la que ahora podría percibir paz si tan sólo pudiera perdonar.

Me perdono a mi mismo, incluso por las expectativas, que no sirvieron más que de obstáculos para el amor, por juzgar las situaciones como buenas o malas, por otorgar valor y significado a lo que no lo tiene, puesto que no es nada y por no dejar ser a los demás como realmente son o a mí mismo como realmente soy.

El Espíritu Santo, mi yo interior, mi Ser Superior, me trae el milagro. El milagro de la corrección en la percepción, mostrándome lo que sí es real y desvaneciendo cualquier ilusión de deseo, ilusión, pesar y dolor. 
No tengo que hacer nada, salvo no interferir. Le entrego todas las expectativas que me había inventado y permito que me muestre cómo el Hijo de Dios (que soy yo, que eres tu, que somos todos) renace esta Navidad envuelto en la paz que siempre lo ha rodeado, puesto que no hay más paz que la paz de Dios.

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